El terremoto de San Perfecto de 1902, marcó una bisagra en la historia de la ciudad de Quetzaltenango. Las ermitas de los barrios fueron destruidas y la ciudad se convirtió en una ruina. El movimiento telúrico fue una prueba de fuego para la voluntad de la ciudad de Quetzaltenango y para los vecinos quienes con el tiempo lograron superarse, aunque hay una leyenda sobre una familia que se perdió todo.
Nota del editor: Este artículo fue escrito a partir
de relatos populares y tradición oral.
Sigues leyendo bajo tu propio criterio.
El patriarca de la familia no encontraba la forma de poder levantarse, de poder construir un nuevo patrimonio para su familia y para sus hijos. La ciudad ya no tenía iglesias y en ausencia de ellas aquel hombre caminó hacia las montañas para encontrarse con Dios.
Sus pasos lo llevaron al Cerro Quemado, lugar donde pudo contemplar toda la magnitud de la tragedia y donde se dio cuenta de la destrucción de la ciudad. Colocándose de rodillas inició la suplica a Dios, buscando una respuesta del cielo, queriendo hablar con el Supremo Creador cómo lo hizo Job.
La tarde de aquel día fue colapsando, dando paso al inicio de una noche oscura y trágica, una noche sin luna ni estrellas en el cielo de Quetzaltenango.
Al verse ignorado, según él, por Dios; el corazón lleno de desesperación y angustia, se llenó de confusión e ira. Empezó blasfemando a Dios, luego el honor de la Virgen María. Fue entonces que la oscuridad se apoderó de su alma. Pensó algo.
Su boca se abrió y de ella salió el nombre de Luzbel, invocaba al rey del averno. Le llamaba a gritos y le suplicaba llegara a aquel lugar a escucharle.
Llegando las tres de la madrugada un aroma a azufre se apoderó de aquel lugar. Fue entonces que sintió mucho miedo. Sus ojos se levantaron del suelo y contempló una figura masculina, con ojos rojos que le miraban con repudio.
Iniciando una plática, luego una negociación, llegaron a la conclusión de que Luzbel le daría todas las riquezas y opulencias que quisiera a cambio de su alma, el alma de su esposa y el alma de sus hijos y los primogénitos de los últimos.
Aquel hombre desesperado, hundido en la ruina, aceptó aquel pacto y firmó con su sangre un contrato, redactado por Luzbel en un pergamino.
Al nada más regresar a lo que quedaba de su hogar, la fortuna y el dinero empezaron a sonreírle y se convirtió con el paso de los días en el dueño de varias carnicerías, textiles y demás negocios de Quetzaltenango, pero a medida que iba volviéndose más rico, perdía sentimientos y perdía su humanidad.
Cuando ya pudo tener una oficina para sus negocios, colocó una habitación a la que solo él tenía acceso y a donde entraba los martes de madrugada, siempre a la misma hora: las tres de la mañana.
La esposa encontró sospechoso aquel comportamiento en su marido, fue entonces que un día decidió robarle la llave y entrar a ver que tenía en aquella habitación.
Su sorpresa fue mayúscula cuando encontró en aquel cuarto oscuro, una imagen de un macho cabrío, coronado, iluminado tan solo por una veladora negra. Aquel era un altar dedicado al diablo. Entonces entendió que su esposo había pactado para recibir aquellas fortunas.
Corriendo fue hasta la capilla donde se veneraba a la Virgen del Rosario, durante cuarenta días rezó tres rosarios diarios para salvar el alma de su pareja, sin conocer toda la dimensión, del pacto.
Llorando y con mucha fe, pedía por su familia. Al final del último rosario, el día 40 de aquellos rezos, le pidió a la Virgen que la socorriera, un aroma a lirio inundó aquella estancia.
Ella levantó los ojos y observó en la mano izquierda del niño durmiente de la Santa Señora, un rollo de pergamino humeante, era una señal, le pidió al sacristán la autorización para poder tomar aquel pergamino de la mano del Divino Infante, el sacristán impresionado por el milagro, se acercó y tomó el rollo.
Al desenrollar ella pudo observar el contenido del contrato y soltando un grito desgarrador, inició un nuevo rezo del rosario, pues se trataba de toda su familia.
El párroco de la iglesia del Espíritu Santo, se acercó a ella, ambos platicaron y el sacerdote le explicó que aquel pacto había sido roto por Jesucristo y la prueba era que le había llevado el contrato a ella. Su fe había salvado a su familia.
Al llegar a su hogar, lista para reclamar las acciones de su esposo, se encontró con la sorpresa que aquel hombre se había vuelto totalmente loco. Al final, el diablo había llegado a vengarse del patriarca de la familia.
Desde aquel día, la familia vivió una vida modesta en Quetzaltenango.