Compartir comentarios en la red se ha vuelto parte de nuestro día a día, más con el entorno convulso de nuestro encierro por el Covid-19. Sin embargo, la forma responsable en la que compartimos nuestra opinión cada vez pierde el respeto, se pierde la empatía e, incluso, se realizan publicaciones con fines de agredir desde la comodidad de una butaca al son de una taza de café.
He visto proliferar la actividad periodística en estos tiempos, desde todas sus aristas (cultura, actualidad, opinión, salud, etc.), pero de la mano de ello, he percibido el profundo rechazo que se hace a quienes publican, señalando por diversión o verdadera perversión, y sin fundamento o pruebas, solamente por llamar la atención o por mera ignorancia.
Esta situación nos sobrepasa, pues desde que los servicios de mensajería instantánea y las redes sociales se nos han instalado en la cotidianidad, las personas optan por el anonimato para comunicarse con cierta displicencia, ya sea escudados en la «seguridad», o bien, el acoso y cualesquiera sean las motivaciones que se maquinen.
Es delicado hablar de «lo anónimo» para quien recibe estos mensajes o ataques públicos. Las percepciones de «responsabilidad» y «respeto» son las primeras en atentar contra la privacidad o la dignidad de una persona, olvidamos nuestra sensibilidad humana y, sobre todo, nos sentimos capaces de todo tras estas herramientas de comunicación.
Los rastreos de IP, los mensajes de odio, las diferencias sentimentales, nuestras solvencias económicas (el mentado crédito), todo se desdibuja con un clic o con la manipulación del lenguaje desde foros y redes. El mismo Facebook, tal cual lo conocemos hoy en día, ha sido objeto de situaciones como robo de identidades, creación de perfiles falsos, sesgo de opinión popular, estafas y minado de datos, no obstante, ahora «se preocupa» por sostener una plataforma ideal y amigable para cohabitar entre usuarios. Una hipocresía justificada a partir del sostenimiento económico que brilla con descaro.
De esta suerte, los foros de internet, los blogs, las redes sociales y servicios de mensajería nos exponen ante muchas miradas. No obstante, nadie tiene la solvencia moral para señalar lo que publicamos, promovemos o, en su momento, hubiéramos expuesto. Siempre aparecen alrededor de las desgracias aquellos dedos acusadores que con «tweet anónimo» o un perfil falso generan incertidumbre y morbo sobre lo que concibamos como una imagen pública.
A todo ello se suman las conocidas fake news, los netcenter, así como los bots, por lo que debemos empezar a crear una educación tecnológica, que nos permita entendernos mejor como seres sociales en este vasto mar de información.
Si bien hemos aprendido a comunicarnos mejor en estas plataformas, es indispensable empezar a dejar que los anonimatos socaven la integridad de personas que se exponen como periodistas, escritores y demás profesionales que trabajen en el medio de la comunicación. No todos son abusadores sexuales ni sociópatas ni prostitutas, algunas personas solo han tenido la mala fortuna de encontrarse en un mal momento.
Nuestros valores actuales difieren muchas veces en edad y experiencias, el tiempo no pasa en vano y es inexorable para todos. Por más ingenuo o idílico que pueda parecer, fortalecer nuestra justicia en los ambientes tecnológicos también nos evitará formarnos como justicieros del teclado, sobre todo, sin conocer los contextos en que ocurren denuncias anónimas a través de la red. Fomentar la discordia y el desprecio de la imagen pública solo por el tipo de humor que a veces publicamos, también nos hace intolerantes, pero tergiversarlo a través del anonimato nos vuelve cobardes.
Pronto, la verdad alcanza la luz, pero a través de los hechos, no de publicaciones y palabras ordenadas de manera sugerente. Seamos civilizados y respetuosos con la opinión de quienes dedican su trabajo a informar. Y hay que hacerles saber a todos esos incitadores de «pulcra moral» (con el nombre cubierto, obviamente), que hay que tener valor para atacar y amenazar a estas personas, la mayoría son mujeres y hombres, quienes muchas veces, por verdadera vocación, buscan ser emisarios de la información que consumimos a diario.
Debemos saber discernir e identificar semilleros de comunidad y diálogo, a esos espacios hay que darles realce para educarnos en la red. Ante la duda, siempre aparece la alternativa a callar y prestar atención; un principio de prudencia por sobre el odio, alude a nuestra razón antes de emitir un juicio sobre alguien que pueda no ser tan diferente de usted.