En 1918 una epidemia de gripe empezó a propagarse por todo el mundo. En aquel momento, varios países estaban inmersos en la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y la epidemia quedó en un segundo plano.
Hacía ya cuatro años que había empezado la guerra y los gobiernos no querían que la gente se asustara todavía más. Así que muchos países decidieron censurar las noticias sobre la gripe y esconder que buena parte de sus soldados estaban muriendo por culpa de la enfermedad.
En España, país que se mantuvo neutral y no participó en la Gran Guerra, los diarios sí que realizaron un seguimiento informativo de la enfermedad. Por eso el resto de países acabaron bautizando la enfermedad como “gripe española” (aunque la enfermedad no se originó allí).
Fue una de las primeras pandemias de la que se tienen documentos escritos y fotografías, que nos permiten ver cómo afectó al mundo.
Una epidemia en plena guerra
En un primer momento, el virus se consideró una simple gripe y las autoridades no tomaron medidas para frenar su expansión.
Sin embargo, con el paso del tiempo el virus cruzó las fronteras y se propagó por todo el mundo, provocando la muerte de entre 20 y 50 millones de personas (no hay datos oficiales porque entonces no existían organismos de salud mundial como la OMS).
La infección se contagió dentro de los ejércitos con facilidad. En algunos casos, los soldados enfermos eran enviados a casa, lo que contribuía a expandir el virus todavía más.
Por otro lado, la guerra había provocado mucha destrucción y los países no tenían recursos materiales ni económicos para hacer frente a la enfermedad. Por ello se la considera una de las peores pandemias de la historia.
Los pacientes desarrollaban fiebre y problemas respiratorios. A diferencia de otras epidemias que afectaban principalmente a niños y ancianos, este virus también afectó a un gran número de adultos sanos de entre 20 y 40 años.
Tratamiento y medidas de contención
En aquel momento la respuesta médica fue muy limitada, ya que los conocimientos médicos y los recursos materiales de los que se disponían eran mucho más rudimentarios que ahora. Además, no existía una cura para la enfermedad.
Ante una situación así, los médicos solo podían aplicar los remedios de la época: desde el sangrado o la administración de oxígeno, hasta recetar aspirinas en grandes cantidades que hoy se considerarían contraproducentes.
Como sucede con los bulos y desinformaciones de hoy en día, en las páginas de los diarios de hace 100 años se anunciaban medicinas y remedios milagrosos para curar el virus. Hubo quien incluso animaba a fumar pensando que la inhalación del humo mataba los gérmenes.
Como en un primer momento no se tomó en serio, los gobiernos no empezaron a adoptar medidas para contener la enfermedad hasta que ya era demasiado tarde, por eso el número de víctimas fue tan alto.
No se suspendieron fiestas populares ni tampoco las ceremonias religiosas en las que se rezaba para pedir que el virus cesara.
Finalmente, se empezaron a desinfectar espacios públicos como teatros, fábricas y el transporte público. También se recomendó el cierre de universidades y escuelas y el uso de mascarillas para todos los empleados que trabajaban en atención al público.