¿Cuántas veces no ha pasado que un texto de un escritor nacional es tachado por su malgastado abuso costumbrista? ¿Y cuántas otras veces no ha pasado que se margina un texto en el país por su carácter universal fuera de las temáticas políticas y sociales que rodean el entorno nacional? ¿A quién culpar?
Pasa que, apreciar la literatura del país nos conduce al aburrimiento de entrada, si es que somos de los pocos privilegiados que aprendimos a leer. Sin embargo, quien se atreve a romper con la romántica temática de criollos, indígenas y tradiciones es ejemplo de carente patriotismo. La exclusión de uno u otro punto de trama literaria nos deja en un limbo. El que permanece en la barca es uno más y el que salta un desertor, un extranjerizado.
Con fines destructivos ambos polos literarios son bombardeados por la crítica, tachados los primeros de carente capacidad creativa y los otros de indiferencia social absoluta. Es difícil asimilar que, por ejemplo, hay presentaciones de libros de grandes autores que son marginados y descartados por la prensa; y luego está la educación nacional, que por estas características y bajo estos prejuicios les relega de estudio en las aulas del país.
No se trata de «matar a Asturias» ni de «emancipar a Pepe Milla», es una cuestión de cambio generacional y de apertura cultural el saber acercarse con criterio a obras más contemporáneas desde el plano pedagógico y de poder retomar grandes hitos nacionales por su aporte y no solo por lo que conviene saber de ellos. Como es el caso de Miguel Ángel Asturias, Nobel de Literatura y tachado de racista, clasista, entre otras cosas.
¿Tan difícil es presentar a Gómez Carrillo por su profunda prosa modernista más que por sus crónicas? Quizá es igual de difícil presentar a Eduardo Halfon y a Rodrigo Rey Rosa con sus enriquecidos universos temáticos. Ni hablar de las rimas de Humberto Ak’abal que retienen una cosmovisión indígena sin igual y que no pueden ser reconocidas por los graduandos y menos por los infantes de primaria de los diversos establecimientos del país. Y estos personajes mencionados son ‘los conocidos’, ¿cuál será la situación que le espera a esos escritores emergentes que vienen detrás empezando su carrera?
Es momento de cambiar los paradigmas que tenemos sobre nuestra literatura guatemalteca, existe suficiente valor estético en obras de autores nacionales como para empezar a replantear los cursos de literatura en las aulas, tanto desconocimiento no puede llegar al grado de ignorancia.
Simplemente, no es tolerable que la gente pasee por el país sin poder mencionar ni cinco nombres de escritores nacionales o confundiéndolos con figuras del ambiente político, tal fue el caso de quién hace un par de años mencionaba, para un medio de comunicación, que Miguel Ángel Asturias fue un buen presidente sin haber sido corregido por entrevistador o camarógrafo durante la grabación que se volvió viral.
Cuenta Tomás de Iriarte en una de sus tantas fábulas, que un dromedario y un avestruz hacían recíproca algarabía de sus dotes, en eso se explica que la razón detrás de tanta condescendencia es porque son paisanos. Esperemos que algo de esa hipocresía pseudocrítica se nos haga pan diario con el paso de los años y nos quitemos un poco de la ignorancia que interiorizamos a nivel cultura como sociedad.
Las plumas guatemaltecas también han hecho grandes libros, y lo seguirán haciendo, es una tradición que no ha muerto ni debemos dejar morir mientras sepamos leer.
*La imagen mostrada al inicio, como presentación de esta nota, se trata de una icónica fotografía. De izquierda a derecha aparecen: Luis Cardoza y Aragón (poeta antigüeño, conocido por su apego al surrealismo), Miguel Ángel Asturias (Premio Nobel de Literatura, 1967), y Carlos Solórzano (escritor guatemalteco que vivió en el exilio en México y conocido por sus obras de teatro).
**Este artículo contiene fragmentos de una nota publicada anteriormente en Revista La Fábri/k/ el 27 de noviembre de 2018, cuya redacción es autoría del periodista Rodrigo Villalobos Fajardo.