El canto de cisne de Joe Biden: el presidente le pasa el testigo a Kamala Harris. Joe Biden empezó hablando del difícil invierno, el invierno de la pandemia y del asalto al Capitolio, en el que juró el cargo presidencial con idea de «bajar el volumen» de la política y devolverle la normalidad a EEUU.
¡Gracias, Joe! ¡Gracias, Joe! ¡Gracias, Joe!”, coreaban los presentes en las gradas del United Center de Chicago, al final de la primera noche de la Convención Nacional Demócrata. El patriarca del partido, el presidente Joe Biden, acababa de entrar y se disponía a “pasar la antorcha” a su número dos, Kamala Harris, como nueva candidata y como representante de la siguiente generación de líderes progresistas.
Joe Biden empezó hablando del difícil invierno, el invierno de la pandemia y del asalto al Capitolio, en el que juró el cargo presidencial con idea de “bajar el volumen” de la conversación política y devolverle la normalidad a Estados Unidos. Luego dijo: “Ahora es el verano. El frío ha pasado. En esta noche de agosto os informo: la democracia ha prevalecido. Y la democracia tiene que ser preservada”.
Luego siguió la consabida narración de sus logros estos cuatro años, algunos más contextualizados que otros. Empleos, leyes ambiciosas, recorte del precio de los medicamentos y número de personas con seguro médico. “Dad las gracias a Kamala, también”, les recordaba Biden a los presentes. “Kamala y yo”, repetía.
Los primeros cuarenta minutos de su discurso, que empezó con mucho retraso dado el cartel interminable de oradores, fueron calcados a sus últimas alocuciones: más que un sentido discurso con vistas al futuro, Biden sacó pecho de su historial con el mismo tono y datos de siempre. Pero luego dio el paso.
“Amo mi trabajo. Pero amo más a mi país”, dijo por fin. “Elegid a Kamala y a Tim. Seguirán impulsando América”. Biden añadió que elegir a Kamala Harris como número dos había sido “la mejor decisión” de su carrera. Así de grave e importante fue su mensaje: sobre la importancia de colocar los intereses de la patria por encima de la ambición personal. Sobre la decencia de saber retirarse a tiempo. El epígrafe que dominó la primera jornada de la Convención Demócrata era “Para el pueblo”. Un resumen de la carrera de un hombre, Biden, que ante todo es un servidor público.
Pero por debajo de este mensaje envuelto en papel celofán está la sucia verdad: Biden no se quería ir. A Biden lo echaron. Y nadie que siguiera los acontecimientos de los últimos dos meses ignora este hecho. Incluso los demócratas. A Joe Biden le dieron un golpe blando y silencioso; de no ser por esas palancas que sonaron suavemente en la sala de máquinas del partido, el discurso de Biden hubiera estado programado para el jueves. Para aceptar, de nuevo, la nominación demócrata.
“No me esperaba que Joe Biden se marchara”, dice Lynn Kardasz, veterana de la Marina de EEUU que había venido a animar a su todavía presidente. “Me resultó chocante. Al principio me puse triste, pero ya no. Le estoy agradecida por su humildad, por su coraje, por su elegancia al retirarse”, añade. “Él lo hizo para que la democracia gane, pues estas elecciones consisten en eso”.
Cuando le recuerdo que Biden resistió las presiones todo lo que pudo, Kardasz lo reconoce. “Creo que fue deshonroso”, dice en referencia a las maquinaciones demócratas. “Tendrían que haberlo convencido a puerta cerrada. Se lo debían, le debían ese poco de dignidad. Eso fue lo que me enfadó. Pero Kamala… La manera en que aceptó [la sucesión], qué manera tan elegante”, dice la veterana.
Tampoco fue interpretado como una señal de respeto que Biden tuviera que esperar hasta las 23:30 de la noche de Washington y Nueva York, con hora y media de retraso y ya pasado el horario de máxima audiencia, para empezar a hablar. “Esto es terrible”, dijo un ayudante del presidente al periodista político Alex Thompson. “Él literalmente les cedió su campaña. ¿De verdad tienen que cortarlo del ‘prime time’?».
Esta paradoja, la convivencia del acto de generosidad política y del hecho de que, en realidad, parece que fue más bien un acto de resignación, todavía duele en el entorno de Biden. Fuentes consultadas por Axios describen un sentimiento agridulce que posiblemente embargara anoche a Biden: la alegría por ver que el Partido Demócrata ha remontado en el último mes hasta romper el récord de recaudación y superar a la campaña de Donald Trump en algunas encuestas.
Los demócratas remontan
Y la tristeza, al mismo tiempo, de haber comprobado que el gran lastre de los demócratas, el tapón que pesaba sobre las energías progresistas y que prácticamente garantizaba una derrota en noviembre, era él mismo: Joe Biden. Una persona considerada incapaz de gobernar otros cuatro años por cerca de ocho de cada diez estadounidenses, como reflejaron, una tras otra, muchas encuestas.
La otra reciente nominada presidencial demócrata, Hillary Clinton, otra de las referentes de la Vieja Guardia, también se encargó de pasar ese relevo generacional. “Me gustaría que mi madre y la madre de Kamala nos pudiera ver. Nos dirían: ¡continuad!”, y la audiencia la acompañó con el mismo eslogan: keep going. “Con fe mutua y con alegría en nuestros corazones, mandemos a Kamala Harris y a Tim Walz a la Casa Blanca”, añadió Clinton. “Al otro lado de ese techo de cristal está Kamala Harris elevando la mano y haciendo el juramento oficial”.
Los paralelismos que esbozó Clinton entre ella y Kamala Harris no se daban en un vacío. Cuando Biden suspendió su carrera presidencial el 21 de julio, Hillary Clinton fue una de las primeras personas a las que llamó Kamala Harris para anunciar que se presentaba a la presidencia y que necesitaba apoyos. Los Clinton no la hicieron esperar: la respaldaron públicamente en cuestión de minutos. Según The New York Times, Hillary Clinton no participó en la conspiración para echar a Biden, pero, si este se marchaba, quería que fuera Kamala quien recogiera el testigo.
También dieron discursos la congresista Alexandria Ocasio-Cortez, líder oficiosa de la facción socialista en la Cámara de Representantes; el predicador y senador de Georgia, Raphael Warnock; la exgobernadora y secretaria de Comercio, Gina Raimondo; los congresistas Jamie Raskin y Clyburn. Todos hablaron de “reconstruir” la clase media, invocada como una criatura mítica, una Diosa primigenia de cuyo útero salieron todos los líderes demócratas. No como Donald Trump: nacido ya con un Rolex de oro en la muñeca, criado para mirar por sí mismo y por los intereses de sus amigos ricos.
Kamala Harris, además, recibió los apoyos oficiales de seis de los sindicatos más grandes, una sopa de letras: AFSCME, SEIU, LIUNA, IBEW y AFL-CIO. El más famoso, el United Auto Workers, el automovilístico, también pasó por el escenario. Su presidente, Shawn Fain, conocido por la audacia de convocar huelgas estratégicas, llevaba una camiseta en la que ponía: Trump is a scab [un rompehuelgas].
Entre cada alocución se proyectaron anuncios coloridos y ricos, de nuevo, en referencias a la clase media. La canción oficial de la campaña de Harris-Walz, Freedom, de Beyoncé, con el permiso de la artista, sonó continuamente en los intervalos. A Harris se la retrató como “La Protectora” de los débiles, la exfiscal que siempre lucha contra la injusticia y que marca un profundo contraste con su rival, el criminal convicto, Donald Trump. Por ahí avanzó, continuamente, el mensaje oficial: a Kamala le importáis, le importa América. A Trump solo le importa él mismo.
Hacia el final, una serie de mujeres, solas o con sus parejas, compartieron en vídeo sus historias de salud reproductiva: embarazos complicados y peligrosos, accidentes, situaciones de alto riesgo. El gobernador de Kentucky, el demócrata Andy Beshear, una rareza en este estado, dio un discurso centrado en los derechos de las mujeres.
Mientras tanto, Donald Trump trató de contraprogramar la agenda demócrata. El magnate dio un discurso de contenido económico, pero resulta difícil. Los ímpetus, desde hace un mes, están del lado demócrata. Pero la convención tocará a su fin el jueves y luego la recta seria de la campaña empieza en septiembre. Como solemos repetir estos días, pueden pasar muchas cosas. Que se lo digan a Joe Biden.