«El vaso de tu boca es mi vaso,
tu líquido yo lo tengo tomado,
no agarres el cielo porque me enojo
toma mi boca, muerde mis labios.»
R. García Solís («Ebrio de ti», fragmento).
Hay joyas escondidas entre libreras y cajones empolvados, gratos encuentros literarios que pasan desapercibidos para los ojos menos curiosos. De esta manera podría relatar la serendipia detrás del texto que convoca esta reseña. Resulta que heredé un gusto particular por la literatura de la mano de mi abuela, ella saca al sol a veces una colección de textos que originalmente se encontraba en las pacas de libros y revistas que frecuentaba en el Mercado San Martín del Barrio de la Ermita [Vieja], hoy zona 6.
Apolillado al día de hoy, desgastado, pero ya desempolvado del rincón de revistas amarillentas, el libro de Ricardo García Solís con el título en letras blancas de Ramilletes dispersos (1991), vislumbra en el primer plano de mis textos poéticos guatemaltecos de cabecera, junto a libros de autores más contemporáneos.
Se trata de un texto muy especial por su contenido; es una poesía con delicado cuidado y de un autor más que desconocido. Para empezar, tras García Solís no existe una editorial, es un grupo particular de personas que se mencionan en colaboración del levantado del texto, la diagramación, las ilustraciones y el patrocinio de producción. Todo el poemario es una casualidad de varias situaciones y encuentros, seguramente, algo que refleja con claridad el movimiento literario guatemalteco en general desde el siglo pasado si se trata de un escritor sin muchos recursos para publicar.
Sin embargo, el detalle más significativo y sobresaliente entre las incógnitas que rigen el misterio de este libro es el del mismísimo autor. Ricardo García Solís no tiene información alguna, no hay referencia de este libro guatemalteco por ningún lado, tampoco aparece especificado el tiraje del libro ni el taller gráfico donde se hizo, por lo tanto, carece de datos más específicos como ISBN o biografía del autor, ni hablar de alguna foto del mencionado en el interior.
«INDIO, hermano por tu cuerpo corre sangre que es la mía,
que es la misma, la que un día en los campos de batalla
derramaron los guerreros, nuestros padres olvidados.
Padre indio, ya levanta la cerviz, tú naciste para grande
como un día ya lo fuiste, ve sacude la melena y otra vez
escucharemos tu rugido, que es tu grito de batalla.»
R. García Solís («Indio hermano», fragmento).
Realmente se percibe lo disperso de su autor, situación que forma parte del contexto nuboso del texto, pues su contenido es rico en temáticas de toda índole. El amor idílico, las desilusiones, la existencia misma, el fervor patriótico, la renuncia a la ilusión, el canto genuino a la naturaleza y los encuentros eróticos, son solo algunas isotopías propuestas acá.
Sobre su estructura, debo admitir que es casi tan variada como su contenido. Las formas líricas que emplea Ricardo van de la clásica cuartilla con asonancia y cuidada métrica, hasta el verso libre que apela a la aliteración. Sus recursos retóricos también son bastos, se pueden encontrar prosopopeyas, símiles, metáforas puras, alegorías, entre otras.
«Cuando te tuve cerca te amé hasta odiarte,
te amé como eres salvajemente bella,
arrebaté a la vida un lapso de su tiempo
y reí con lágrimas mi creciente deseo.»
R. García Solís («Fui feliz, no lo niego», fragmento).
Los ramilletes líricos de García Solís se dispersan en dos partes señaladas por él mismo: la primera parte parece el corpus dominante con textos de patriotismo, un romanticismo idealizante, predisposición por juegos de rimas consonantes esporádicos y roles de familiaridad; la segunda parte, por otro lado, marca un tono más melancólico, incluso más personal y reflexivo, recurrentes cuartillas con distintas métricas experimentales y temas más amargos para el lector, por ello mismo, se aprecia una madurez evolutiva dentro del mismo libro.
A primera vista, Ramilletes dispersos parece una obra bastante pequeña, pero en sus casi 100 páginas agota a un escritor guatemalteco del que nos queda su nombre y apellido a secas; es una verdadera lástima no poder tener más de esta poesía que nos permita conocer el contexto próximo a la Firma de los Acuerdos de Paz en el país.
«Terminada tu obra inmisericorde,
proseguiste tu marcha intempestivamente,
dejando tras de sí la huella de tu paso,
ayer vida y hoy tan solo muerte.»
R. García Solís («Flor de un día», fragmento).
Tenemos que conformarnos con consumirnos algunas escasas líneas versadas, desplegadas como café al tueste, con aroma a Guatemala dolida y olvidadiza de sus autores. Quienes escribimos ahora, terminaremos probablemente igual que Ricardo casi siempre, en el umbral tenue del desconocimiento, como amantes fugaces de las letras que se han proclamado en soledad, y autorecetándose en medio del caos enfermo y convulso de la sociedad, sociedad que rechaza fácilmente a sus artistas tras ser exprimidos de la forma más efímera posible, sin público que nos oiga y con poemas dispersados en la polvareda del tiempo.
«Cuán lejos estabas
de conocer lo mío,
de saber irredente
que yo soy solo ajeno.»
R. García Solís («Ajeno», fragmento).
*La imagen de portada de este artículo corresponde a la portada de «Ramilletes dispersos» (1991) de Ricardo García Solís.
**Este artículo contiene fragmentos de una nota publicada anteriormente en Revista La Fábri/k/ el 28 de diciembre de 2018, cuya redacción es autoría del periodista Rodrigo Villalobos Fajardo.