Iniciamos esta primera columna de mera opinión en este contexto de fiesta hablando de una dictadura. ¿Cuál dictadura? Pues la más sutil y peligrosa de todas, la dictadura de la mediocridad en la que estamos sumergidos los guatemaltecos y bajo propia particularidad y rasgos culturales los quetzaltecos.
Sabemos que somos un pueblo orgulloso con miedos y anhelos como todos los pueblos, nada hasta el momento que nos haga especiales, porque nos guste o no y como dice Calle 13, en este mundo hay gente bruta y astuta y en nuestra amada Xelajú de lo primero mucho y de lo segundo igual.
Sabemos muy bien que hay quien vive de vernos la cara, ¡Por qué es así! Todos los señalamos y les criticamos pero ¿cuántos accionamos? ¿Cuántos somos capaces de vernos al espejo para admitir nuestras debilidades e incoherencias? Al final cada pueblo es responsable de sí mismo y de luchar por sí mismo cuando sea necesario, eso en supuesto.
Vamos a definir cómo funciona la mediocridad cultural. Mediocre viene del latín medio o común por lo que su significado en si no es ofensivo, si lo es el no querer admitir por orgullo lo comunes que somos, y eso como pueblo siempre será un problema, porque lo que hace grande a un pueblo es su cultura, palabra clave que define todo lo que nos hace diferentes y únicos, lo que no tenemos en común.
Recuerdo a mi común catedrático de sociología en mi común salón de clase decir lo único importante que le aprendí en un semestre: “Por definición las culturas siempre están en movimiento, si no se mueven desaparecen” si dejamos de movernos como cultura pues es normal que seamos asimilados por otra cultura más dinámica, por cierto muchos se quejan de justo de eso.
Usemos un ejemplo práctico de cuando Xelajú se movió culturalmente y como el mismo fenómeno se ve hoy en día.
A finales del siglo XIX y principios del XX migrantes de varios lugares del mundo trajeron a Quetzaltenango la era industrial, máquinas de hilos, producción eléctrica, fermento de cerveza entre otras cosas ahora comunes, que en su momento posicionó a Xelajú como una ciudad culturalmente diferente y fuerte, de esos procesos tecnológicos y sociales los quetzaltecos compusieron poesía, música, hicieron buena política y procuraron cambios importantes en la educación y la ciencia.
Hoy Xelajú ha dejado de ser un lugar atractivo para la inversión tanto interna como externa, un pésimo servicio eléctrico el cual evidencia que desaprovechamos nuestras ventajas históricas y territoriales esperando que todo colapse para preocuparnos, nuestra educación tanto pública como privada no tienen ninguna ventaja frente al mundo, nuestros artistas no alcanzan ni la reflexión mínima para crear, resulta incluso que hasta somos xenófobos.
Andy Warhol el introvertido pero excéntrico artista del POP norteamericano (cito un gringo adrede) dijo alguna vez: “Cuando quieres parecerte a algo significa que en realidad lo amas. Cuando quieres ser una roca, realmente amas la roca. Yo amo ídolos de plástico.” Con esta referencia no dejo de pensar en que amamos ser comunes porque nos comportamos y apoyamos lo común constantemente.
Esto se manifiesta en nuestras instituciones envejecidas por ejemplo nuestro alcalde, y haciendo la salvedad que estar viejo no es lo mismo que estar envejecido, muchos quetzaltecos jóvenes ya están repitiendo los vicios del viejo pensamiento en todos los campos, porque es más fácil rendirse a lo común que al qué dirán, dando como resultado más de lo mismo.
Nuestras universidades envejecidas, un zoológico envejecido y triste, calles envejecidas no con cráteres sino con un modelo de gestión municipal envejecido también, el glorioso Xelajú MC orgullo de la afición incapaz de desarrollar un modelo de club que lo ponga al día con el mundo; ni hablar de las instituciones espirituales que básicamente funcionan en modo inquisición. Por dar algunos ejemplos.
Como lo demuestra la frase de Warhol, amamos la mediocridad, nos parecemos a la mediocridad, escogemos políticos que se parecen a nosotros, elegimos profesiones por el camino seguro, buscamos trabajos donde solo nos paguen sin importar nuestra vocación y sueños, la felicidad dejó de ser una meta social para ser algo individual, cada quien salve su propio pellejo, sometiéndonos a la brutal dictadura de la inacción y la mediocridad.
Convertimos nuestra inconformidad en una fiesta POP, en un selfie, en un meme, vemos que hay algunos pocos trabajando por cambiar la política, la cultura, la economía y los vemos pasar a lo sumo les damos un aplauso, y eso cuando no los criticamos o ni los vemos porque estamos muy ocupados haciendo nada para sobrevivir, desarrollando ideas en el vacío y envejeciendo torpemente.
Mi opinión, porque es eso nada más, aunque suene negativa la considero un llamado de atención realista para reflexionar, estamos en un simbólico año nuevo pero no cualquiera, uno electoral, en donde la mediocridad es de nuevo la propuesta y nosotros que amamos la mediocridad si no somos atentos vamos de nuevo darle nuestras instituciones a lo más común que encontremos.
Un llamado a que cambiemos la política, llenemos la ciudad de árboles, generamos nuevas formas de economía, construyamos nuevos espacios culturales, movámonos en ciclo vías y pasos peatonales, rescatemos los espacios públicos para las nuevas generaciones, démosle una vida digna a nuestros animales, invirtamos en infraestructura eléctrica limpia y a futuro, salgamos de lo común, hagamos de nuevo historia, amemos ya no las rocas si no la vida que las rodea. Prospero año nuevo para todos.