Luis Cardoza y Aragón decía que la poesía es la prueba de la existencia de la humanidad, en Humberto Ak’abal se confirmaba dicha tesis. Su mirada contemplaba el mundo que le rodeaba y su pensamiento lo transmutaba en palabra.
Ak’abal era el poeta caminante, el que subía los cerros, el que cantaba junto a las aves, era el poeta que encontraba en un chirmol un objeto poético y transformarlo en palabra eterna, en poesía viva y nuestra.
La voz poética de Ak’abal encontraba en sus memorias, en sus cerros y en su cosmovisión kiché, imágenes vivas y coloridas para crear una poesía única, una poesía que se reencontraba con los orígenes de la vida en la tierra de los árboles, era la voz de los abuelos que susurraban sus palabras en la poesía de Humberto.
Su vida inició en 1952 en Momostenango, Totonicapán. Su obra fue traducida a más de 20 idiomas, su literatura es fundamental en las letras guatemaltecas, colocando al altense, como uno de los más grandes autores guatemaltecos, a la altura de Miguel Ángel Asturias, de Cardoza y Aragón, de Monteforte Toledo.
La voz literaria de Humberto es fuego vivo, es fuego que habla en espirales de colores, de memorias, de sonidos, es fuego danzante en la lengua del que se atreva a leer su obra, a contemplar el mundo desde los ojos del poeta.
En el año 2014, el Congreso Internacional de Literatura Centroamericana, en su edición 22, realizada en la ciudad de Quetzaltenango, fue dedicado a la obra del momosteco. Su poesía sirvió de pendón para entender la literatura indígena de Guatemala, la voz de aquellos a los que se ha querido callar.
Humberto Ak’abal era un tejedor de palabras, sus poemarios son obras tejidas desde su visión, desde su pensamiento; se nutre de lo cotidiano, de la naturaleza, encontrando en pájaros y caminos, motivos para plasmar un poema, un pensamiento.
No aceptó el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias en el año 2003. Siendo hasta la fecha el único escritor que no ha recogido y aceptado el más alto reconocimiento a las letras del país. Un claro ejemplo de coherencia, pues en sus palabras, no iba a aceptar un premio otorgado por el país que aplastó a sus ancestros.
El domingo último, Ak’abal fue intervenido en el hospital nacional de Totonicapán. Sin embargo su estado ameritó que lo trasladasen a la capital del país. El estado deplorable del sistema de salud fue causante para que la familia de Ak’abal alquilara una ambulancia para poder trasladar al poeta, pues la ambulancia del hospital de Totonicapán, no contaba con el equipo necesario.
La ruta interamericana rodeada de árboles y cerros, fue testigo silencioso del último caminar por montañas del poeta. El más grande poeta de Guatemala en los últimos años, falleció como un guatemalteco más, en el Hospital Nacional San Juan de Dios, en la ciudad de Guatemala. El reloj marcaba las ocho de la noche del 28 de enero.
Los ojos de Ak’abal se cerraron, pero su corazón sigue latiendo en su poesía, sus palabras siguen siendo remolinos de fuego que se levantan hoy del dolor por la pérdida material del poeta y de la melancolía de su presencia en este mundo, remolinos de fuego que lo mantienen vivo y que lo transforman en abuelo, en guía de su pueblo. Humberto Ak’abal, es un orgullo extraordinario de Los Altos.