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QUETZALTENANGO
Diario de Los Altos

La Catorce

Humberto Ak’abal y cómo impactó mi visión

Las dos mejores cosas que Momostenango le ha dado al mundo son los ponchos y Humberto Ak’abal.

Siempre pongo en mi biografía que soy cuentista y novelista. Nunca poeta. Me gusta lo simple. Ergo no me va la poesía.  Soy más pragmática de lo que quisiera aceptar, pero siempre hay excepciones. Un día, hace un par de años, hablaba con un amigo antropólogo sobre la poesía de la que uno no vuelve completo.

–Búscate “Saqué de mi cabeza tu nombre”, –me dijo. Le dije sí, como a los locos y lo dejé pasar. Unos días después, me tomé unos días de vacaciones. De camino, me escribió mi amigo: –¿lo leíste? También tiene canción. Tomá, –me dijo, mandando el link. Bien interesado en mi bienestar que estaba.

Y el poema decía esto:

Saqué de mi cabeza tu nombre
y lo dejé perdido en el monte.

Lo recogió el aire
y agarró caminos
entre los barrancos.

Yo comencé a olvidar

De repente
chocó contra los peñascos
y regresó el rebote:

La lluvia se puso a cantar
y tu nombre me llegó llorando

Siempre me pasa lo mismo con este poema. Hay canciones, versos, películas, imágenes, de las que uno no vuelve siendo el mismo. Me pasó con Pablo Neruda. Con el soneto XCIX por ejemplo. Con la Canción desesperada. Con el Spleen de París de Charles Baudelaire. Uno guarda momentos. Las canciones son poemas con sonido. Ak’abal es un cantante magnífico.

De Ak´abal podríamos leer la biografía mil veces. Sus premios, sus publicaciones… pero yo quiero contarles lo que me hace sentir. Ak’abal hablaba de cosas complejas como quien le susurra a un niño con miedo. Amante de lo simple y de no adornarse, porque lo que quiere decir ya es música.

De la poesía, dice:

La poesía es fuego,
quema dentro de uno
y dentro del otro
si no, será cualquier cosa,
no poesía.

El amor, como el arte, es para que lo sienta el otro. Si ustedes hacen arte que no entienda nadie más, lo que están haciendo será catarsis, ejercicio de apreciación introspectiva, conocimiento propio, lo que quieran… pero arte, no.

Y así lo entiende él. Pienso en Canto de Pájaros. Es un poema que no se puede traducir y yo no se los podría leer. Pero búsquenlo. Lo interesante, más que cualquier otra cosa, es que cada palabra es el nombre de un ave y cuando él lo lee, el nombre expresa el sonido. Probablemente se deba esto a que, como él decía, el kekchí es un lenguaje de canto, más que de palabra.

Hablando de poesía, esta es calificada digamos, usualmente, por lo que genera sentimentalmente y con base en los objetos que toca y el Pantone emocional que ilumina.  También depende de la calidad del objeto poético, y así, es algo que crea o no una huella mnémica.  Y esa huella mnémica es “una forma bajo la cual los acontecimientos o, más simplemente, el objeto de las percepciones, se inscriben en la memoria, en diversos puntos del aparato psíquico”.

Me extiendo:

EMBARAZADA

Cuando yo estaba embarazada,
esperándote,
sentía muchas ganas de comer tierra,
arrancaba pedacitos de adobe
y me los comía…

Esta confesión de mi madre
me desgarró el corazón.

Mamé leche de barro
por eso mi piel
es de color de tierra.

UNA PERSONA

Una persona triste
no es una persona

Es un pedazo de algo
que camina
con la mitad de la vida

En cada poema, me pasa, encuentro el objeto del que Ak’abal quiere hablar. La poesía, la tristeza, el color de la tierra, sus raíces. El objeto poético completo. No tiene que usar palabras rimbombantes.

Yo entiendo que a la gente le gusta lo intrincado, buscar el simbolismo, yéndose por la pendiente más difícil. Yo prefiero la magia de lo común, de las viejitas hablando en la panadería sobre el nieto que se va a graduar, el ruido del río desde el puente… y admiro a Ak’abal por decirme con sus palabras las cosas que no sabía que sentía porque antes de él, no habría podido nombrarlas.

Written By

Guatemala 1988. Estudia Lengua y literatura en la Universidad del Valle de Guatemala. Sus cuentos han ganado diversos premios en certámenes universitarios, interuniversitarios y nacionales, entre ellos, el primer lugar de El Palabrerista en 2016. Editorial Extracto publicó una compilación de cuentos Historias incompletas (2017), mismo año en que se publica su primera novela, El año en que Lucía dejó de soñar, con editorial Santillana. En el 2018 publica su segundo libro de cuentos, Casa de Silencios, con editorial Los Zopilotes. Su trabajo ha sido incluido en antologías universitarias, como la Revista de la USAC de manera impresa, y en la Revista Brújula de forma electrónica. Algunos de sus cuentos también aparecen en Te Prometo Anarquía. Publica regularmente en El Mierdiario, su blog personal.

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