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QUETZALTENANGO
Diario de Los Altos

La Catorce

Una ciclista en la ciudad

Por razones en las que no deseo ahondar ahora, me siento altamente preocupada por mi huella de carbono y (más aún) por morirme gorda. Por ello, hace cosa de tres años engroso las (siento yo) compactas filas de ciclistas citadinos. Todo empezó cuando, para unas navidades, vi en una tienda de restauración una hermosa bici californiana y decidí usarla para darle vueltas al caso urbano los fines de semana. Era lindo. Salía antes que el sol, le tomaba fotos a la ciudad desierta y me sentía esbelta y empoderada. Algunas veces, automovilistas me pedían que parara y un par me ofrecieron comprarla. Era guapa. Les digo. Sin embargo, de repente empecé a sentir el tráfico muy denso incluso en las madrugadas y aunque mi bici era guapa, lo cierto es que era para pasear y no para hacer los veinticinco, treinta kilómetros que yo hacía cada vez que salía. Tuve algunos accidentes que no pasaron de leves caídas, pero me asusté y desistí de salir a tomar mis fotos de la ciudad sin gente que tanto me gustaban.

Para no amarranarme, compré una bicicleta de spinning y así estuve unos meses, pero como la que es vuelve, decidí ponerme más pro y buscar una bici que me llevara al trabajo y resistiera más que un par de caídas, así que me puse a buscar auna bici que pareciera moto para mensajero. Terminé con una linda semimontañesa de seis velocidades y doble suspensión que me lleva y me trae perfecto y en la que se mira que estoy haciendo cosas importantes. Hace poco tuve un leve accidente que me dejó moretones en los brazos, me asustó e hizo que las personas que me quieren me dijeran»no seas necia, mano. Esta ciudad es de animales. Venite en carro», pero la sigo usando. La bici es mi yoga y estaría menos sana mentalmente hablando si no saliera con ella.

En mis años de observación he llegado a varias conclusiones. La más importante es que los ciclistas somos los alcaldes de Chinautla de la vía pública. Tenemos que pegarnos a la banqueta porque no pertenecemos al asfalto de la calle y mejor si no nos subimos a la acera porque es del peatón. Tenemos pocas ciclovías y se acaban en puntos poco seguros.   También me ha pasado que al ir a bancos, restaurantes, librerías, los protocolos de los policías, que tienen contemplado dejar entrar solo autos o motos, se rascan la cabeza y me dicen «déjela con candado a un poste, yo se la cuido» en lo que completo mi trámite.  En mi trabajo no tienen parqueo para bicis, pero uno las puede apiñar contra la pared y está bien. Cuando voy y vuelvo al trabajo observo, cuando bien me va, cinco ciclistas. A veces ninguno. el 80% de carros me bocina, se me pega, no respeta mi espacio y las motos me rebasan de formas peligrosas para ambos.

Aún así, el viaje de regreso a casa es espectacular. Tengo fotos maravillosas de la ciudad sin gente, de noche, con sus edificios sombríos y sus calles a medio apagar. Paso por la sexta avenida, vacía de ruido y llena de sombras, con sus ocho, diez policías y sus cincuenta taxistas, que me saludan cuando me ven pasar porque ya somos conocidos. Mi novio escribe o llama sin falta para saber si llegué bien y en lo que le contesto reviso el counter en el teléfono para ver si he mejorado mi tiempo o si hoy quemé más calorías.

Me gusta mi vida de ciclista y aunque mis amigos tienen razón, prefiero confiar y reirme un poco del peligro. Cruzo los dedos, me acomodo el casco y los guantes y disfruto del viaje. CARPE DIEM, diría Horacio. YOLO, un millenial congruente.

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Guatemala 1988. Estudia Lengua y literatura en la Universidad del Valle de Guatemala. Sus cuentos han ganado diversos premios en certámenes universitarios, interuniversitarios y nacionales, entre ellos, el primer lugar de El Palabrerista en 2016. Editorial Extracto publicó una compilación de cuentos Historias incompletas (2017), mismo año en que se publica su primera novela, El año en que Lucía dejó de soñar, con editorial Santillana. En el 2018 publica su segundo libro de cuentos, Casa de Silencios, con editorial Los Zopilotes. Su trabajo ha sido incluido en antologías universitarias, como la Revista de la USAC de manera impresa, y en la Revista Brújula de forma electrónica. Algunos de sus cuentos también aparecen en Te Prometo Anarquía. Publica regularmente en El Mierdiario, su blog personal.

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