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QUETZALTENANGO
Diario de Los Altos

La Catorce

Colores nacionales, ¿algo políticamente correcto o solo intrascendental?

Cada que se acercan las fechas relacionadas a la Independencia de nuestra Guatemala (Centroamérica, de hecho, incluye a los territorios de Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica), entran en juego factores de mercado. El posicionamiento de marcas y suvenires de temporada pronto remiten a nuestros símbolos patrios, así como a nuestros colores identitarios. ¡Y vaya si estos no generan polémica día a día!

Recientemente, han circulado por las redes sociales imágenes que han generado discursos de odio, acaloradas publicaciones y discusiones, así como memes y demás formas de diálogo coloquial o, simplemente, se han vuelto parte de la vaga cotidianidad y las pláticas breves entre amigos y familia. Me refiero a uno de nuestros símbolos patrios más significativos, acaso por la carga representativa enorme que recae al ser nuestra carta de presentación ante el mundo, otrora por la semántica de formalidades sobre lo que significa ser una República: la bandera.

Y es que desde las marchas de la Comunidad LGBTIQ+ que tuvieron lugar en el Centro Histórico de la capital, ha aparecido una colección de imágenes que tienen todo y nada que ver a la vez con el diseño real de nuestro símbolo patrio, empecemos enumerando los más conocidos: reemplazo del azul por el rosa o el negro, cambio de las franjas verticales azules por las variocolor horizontales, modificaciones al Escudo de Armas que acompaña a la bandera por símbolos de denuncia social (al modo de caricaturas que satirizan nuestra convulsa realidad), incluso cabe destacar el uso de la bandera deformado en la camisola de la Selección Nacional de Fútbol (entre otras disciplinas deportivas que juegan con el diseño de la bandera) o, por ridículo que fuere, mostrar la gama de pabellones que entre brillantes y opacos van del morado al pálido celeste casi traslúcido (quizá por el desgaste o simplemente la mala serigrafía) en cada desfile escolar.

Es un caso tan curioso como extraño, porque forma parte de nuestro imaginario colectivo (civismo, en ocasiones) asimilar un gentilicio con una bandera y sus colores; Guatemala, por tanto, no queda exenta de esta manifestación propia y, alrededor de ella, hay una historia que no me corresponde contar en esta nota, pues no es mi intención hacer un recorrido con aburridas fechas y personajes que se han involucrado en demostrar que nuestro patriotismo es tan abstracto como la elección de los colores y formas impuestas. Solo nos interesa reconocer al responsable de nuestra actual bandera y las implicaciones que estas decisiones legitimadas nos traen hasta nuestros días: Miguel García Granados, y, por supuesto, las legislaciones consecuentes.

Para los de mi generación, en las clases de Educación Cívica era donde se nos informaba sobre las razones de ser de los símbolos patrios, ignoro si al día de hoy permanece vigente el curso, sin embargo, por aquel entonces, Guatemala era una bandera de azul y blanco, la cual, después entendí, que tiene su origen en agosto de 1823 con otro diseño y, que quedó tal y como la conocemos a partir de las reformas del 17 de agosto de 1871 (fecha conmemorativa del «Día de la bandera», por cierto). A esto, sumemos que, para 1968, durante el gobierno de Méndez Montenegro, se instauraron los primeros acuerdos gubernativos con los que se detallaban los colores, la densidad y colocación de los mismos en la bandera.

Entonces, llegamos así a 1997, donde, con los antecedentes ya mencionados, el Organismo Legislativo emite la ley que norma los colores de nuestra bandera, el Decreto 104-97 o bien conocida solo como LEY NORMATIVA DE LA BANDERA NACIONAL Y DEL ESCUDO DE ARMAS, decreto que nombra un ISCC-NBS 177 para el azul y el ISCC-NBS 263 para el blanco (color blanco que posteriormente aparecería como ISCC-NBS 262). Y seamos sinceros, el verdadero problema es con el azul. Esto se debe a que, el que llamaré a partir de ahora azul nacional, es un tono muy peculiar. Su razón de ser llega a partir del sistema ISCC-NBS (Inter-Society Color Council – National Bureau of Standards que ahora se conoce como National Institute of Standards and Technology) y en realidad son los 267 colores del nivel 3 del Universal Color Language (UCL, por sus siglas) basado en el Sistema Munsell, sistema que básicamente ordena y norma el color, se trata tan solo de una de tantas formas precisas de especificar y mostrar las relaciones entre los colores.

Algunos deben familiarizarse con esto si trabajan en imprenta o serigrafía, entre otros oficios, pero, a grandes rasgos, estas características técnicas del color nos hacen ver la complejidad que hay para con el azul nacional y, por si fuera poco, debemos considerar que la bandera, como tal, también tiene dimensiones que deben respetarse según el mismo Decreto 104-97 como lo son: el ser de un rectángulo, con las dimensiones vertical y horizontal de 5 a 8 a la regla de oro de la proporción estética, respectivamente; así como que sus colores son el azul y blanco, dispuestos en tres franjas verticales del mismo ancho: una azul en cada extremo y una blanca en medio. De hecho, acá mismo se norma que el único nombre que le corresponde con o sin escudo es el de ‘Bandera’, por lo que se debe omitir cualquier otro sustantivo para denominarla.

Muestra del color azul nacional según el Decreto 104-97.

¿Cree usted que hay alguien midiendo cada bandera que sale al mercado, o bien, que a cada trozo de tela (incluida la que se coloca en la Plaza Central frente al Palacio Nacional) se le hace una revisión con una guía Pantone (porque así se llaman estas costosas herramientas que sirven para identificar un color en particular) para ver si corresponde la tonalidad correcta de azul ISCC-NBS 177? Claramente, no. Y, ¿no es acaso irónico que en un país como el nuestro, tan diverso y rico en culturas, tan solo se usen a secas el azul y el blanco para representar nuestra nacionalidad?

Estas perspectivas de entendernos como guatemaltecos, conviven a diario con nosotros, mientras usted lee este artículo y mientras sus seres queridos se ocupan en quién sabe qué; ahí están y ocurren a diario, no solo durante las fechas de fervor patrio. Será necesario entonces reflexionar si no estamos viviendo en una sociedad que se rige por un pensamiento políticamente correcto y de autocomplacencias. O a lo mejor sean simples banalidades que no representan ni lo que usted y yo somos en realidad, ya que al final, ¿qué tanto estos símbolos patrios nos hermanan como nación?

No pretendo detenerlo a que salga a correr (o al tedioso tráfico camino al trabajo) entre antorchas con una camisola de diseño distorsionado de nuestra bandera, solo que reflexione sobre la imposición de su identidad nacional y su sentimiento patriótico. Tampoco justifico ningún cambio que se realice sobre un símbolo tan importante como la bandera, no obstante, es conveniente pensar en qué tan relevante o intrascendente es un color para usted, y cuán propio le parece el azul y el blanco (en específico el ISCC-NBS 177 e ISCC-NBS 262, respectivamente), ¿eso le parece suficientemente cívico o patriótico por sí solo? Pues parece que es una elección muy impersonal, debido a que tiempo atrás, mucho antes que usted y yo, hubo quienes tomaran esta decisión de cuáles colores y en qué proporciones deben sentirse nuestros; y aplica para los más de 18 millones de guatemaltecos y guatemaltecas (aunque el censo diga que solo somos 15 millones) que habitamos en este territorio.

Escritor, editor, periodista, gestor cultural, investigador archivista, profesor de lenguaje, comunicador y tallerista. Nació en Ciudad de Guatemala en 1992. En 2011 creó su blog "Tulipanes de plástico", donde expone poemas, ensayos y cuentos de su autoría. Formó parte de las antologías «Frente al silencio -Poesía-», «Antología poética 20-30» y «Antología del Bicentenario de Centroamérica». Ha publicado los libros «Poemas de un disquete» (2017) y «Tulipanes de plástico» (2018). En la actualidad, finaliza sus estudios de la Licenciatura en Letras en la USAC; está a cargo de la editorial "Testigo Ediciones"; colabora como columnista y redactor para varios medios digitales; es profesor de enseñanza media de comunicación y lenguaje; además, dirige y trabaja en proyectos de artivismo y memoria histórica.

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