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QUETZALTENANGO
Diario de Los Altos

La Catorce

El tren bananero, las políticas del progreso y una realidad teatralizada detrás de Manuel Galich

Ningún crítico o estudioso literario podría diferir del epígrafe que posee Manuel Galich en las letras: «Padre del teatro guatemalteco». Su dominio de la escena dramática y su vasta obra sobre este género le permiten ostentar ese título. Su manera de entender los planos escénicos, su visión precisa sobre el manejo de personajes, la pedagogía de valores morales y políticos, y el desarrollo narrativo que precisan sus diálogos de manera breve y eficiente, son capaces de transportar a cualquier lector o espectador al ambiente que Galich desea que presenciemos.

El 31 de agosto de 1984, el maestro Galich nos abandonó de este plano terrenal. Pasó sus últimos años exiliado en La Habana, Cuba, pero su obra y trabajo siempre estuvieron arraigados a Guatemala. Cabe resaltar su rol protagónico en la política durante la Revolución del 44, así como su aporte a la educación desde sus participaciones políticas iniciales. Un prolífico escritor y un versado diplomático.

Sin importar la época o el lugar que se describan en las acotaciones de sus textos, nunca hay duda a ambigüedades, nunca hay cabos sueltos entre el contexto social y la representación que se lleva a cabo sobre un escenario de la mano de Manuel Galich, por tanto, su literatura nunca se prestará a la separación de la realidad de nuestro entorno latinoamericano.

Las obras teatrales de Galich siempre tienen algo para hacernos reflexionar como sociedad; me refiero al compendio de más de 60 obras de teatro de este autor, recopiladas en, al menos, 32 libros de su autoría, por no mencionar sus estudios de crítica teatral latinoamericana y las decenas de antologías que se han creado a partir de su cuantiosa obra. A modo de ejemplo, tomaremos por referencia El tren amarillo, obra que data de finales de los años 50.

¿Qué busca transmitir realmente El tren amarillo? Más allá de la marcada ‘etapa política’ del teatro de Galich, en ella podemos apreciar una crítica social cruda sobre el imperialismo norteamericano en las regiones caribeñas de Latinoamérica, las cuales eran propicias para la explotación de tierras y trabajadores que beneficiaran la producción bananera en grandes cantidades.

El primer acto de dicha obra nos contextualiza sobre la proximidad de los extranjeros en territorio latinoamericano. Se trata de un contacto polarizado por el ‘desarrollo justificado’, algo similar a un beneficio de las comunidades alejadas de la urbe, con ello solo podemos convenir en que la convivencia de aquellos personajes que convergen en una miscelánea, propiedad de un asiático (el chino Mariano), es de bienestar, pero con atisbos de superación y emprendimiento. El aprovechamiento de oportunidades y circunstancias mediáticas de los Estados Unidos empieza a ganar relevancia cuando las demandas de producto empiezan a subir, entonces entra en juego la sostenibilidad política.

Ya para el segundo acto, han pasado muchos años desde aquel encuentro fortuito en la miscelánea del chino Mariano, los personajes muestran una infortunada condición de vida, la precariedad a la que sobreviven los personajes está subyugada a los deseos del patrón, un gringo acaudalado con hegemonía política y territorial llamado Joe. Aunque en esta parte aparecen las telecomunicaciones y el ferrocarril, notamos que se pierde el sentido de humanidad por la manera de subsistir de aquellos hombres y mujeres.

Para el tercer acto, lo verdaderamente relevante son las relaciones interpersonales y la visión política que enmarca las componendas burocráticas y los intereses económicos de los extranjeros. Joe tiene un rol protagónico y al revelarse que ha enviado a que se deshagan del Canche, que a la vez es su hijo no reconocido, predomina el interés económico para sostener aquella explotación laboral en la colonia bananera.

La acertada perspectiva de Galich sobre el tema de las compañías estadounidenses que se apropiaban de la tierra y sacaban el mayor provecho del trabajo de los habitantes de la región costera, le valió el exilio de Guatemala, y no solo por esta obra, sino por su destacada labor de gestión gubernamental en puestos clave del Estado durante los diez años de primavera social encabezados por Arévalo Bermejo y Árbenz, previos a la Contrarrevolución, una época oscura marcada por la intervención de la CIA y representada en la figura de Castillo Armas, el traidor de la patria.

El tren amarillo es un calco de la intervención norteamericana y la formulación de la indiferencia entre la sociedad y sus políticas internas que desfavorecen el verdadero desarrollo del país. Las llamadas «Repúblicas bananeras» fueron, en su momento, minas de oro y comercio fraudulento, pantallas de humo que aún en la actualidad permean de maneras más elaboradas para saquear los recursos de la nación con ‘buenas intenciones’ tras la intervención de grupos de extranjeros.

Ahora, nuestros trenes han dejado de ser amarillos, incluso han dejado de transitar porque ya el tiempo ha dejado huella sobre aquellos oxidados y perdidos rieles, y el desarrollo del que nos vanagloriamos por ser potencia a nivel centroamericano es solo una fachada para desconocernos y no aceptar la terrible realidad que azota a nuestra gente en el área rural, la cual sigue quedando a merced de mercenarios déspotas, intocables para la ley e invisibles para nuestros gobernantes.

Si Galich nos viera ahora, tan conformistas, aún en el descontento generalizado, nos citaría como lo hacía refiriéndose a su propia obra: «Lo bueno es enemigo de lo mejor».

 

Respecto a la fotografía de la locomotora que se ocupó para la presentación de este artículo, agradecemos como fuente a Guatemala.com. A ellos todo el crédito sobre esta ilustración del tren en Guatemala durante 1946.

Este artículo contiene fragmentos de una nota publicada anteriormente en Revista La Fábri/k/ el 28 de diciembre de 2018, cuya redacción es autoría del periodista Rodrigo Villalobos Fajardo.

Escritor, editor, periodista, gestor cultural, investigador archivista, profesor de lenguaje, comunicador y tallerista. Nació en Ciudad de Guatemala en 1992. En 2011 creó su blog "Tulipanes de plástico", donde expone poemas, ensayos y cuentos de su autoría. Formó parte de las antologías «Frente al silencio -Poesía-», «Antología poética 20-30» y «Antología del Bicentenario de Centroamérica». Ha publicado los libros «Poemas de un disquete» (2017) y «Tulipanes de plástico» (2018). En la actualidad, finaliza sus estudios de la Licenciatura en Letras en la USAC; está a cargo de la editorial "Testigo Ediciones"; colabora como columnista y redactor para varios medios digitales; es profesor de enseñanza media de comunicación y lenguaje; además, dirige y trabaja en proyectos de artivismo y memoria histórica.

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