Algunos escritores guatemaltecos (de hecho, contados con los dedos de una sola mano) han sido capaces de romper con los esquemas narrativos que se acostumbran leer en este suelo centroamericano. Y es que resulta difícil ser escritor guatemalteco sin hablar necesariamente del país, pero para figuras contemporáneas como las de Francisco Goldman, Eduardo Halfon y Rodrigo Rey Rosa, su manera de entender nuestra Guatemala es tan sutil, que abordarla como contexto se ve demasiado auténtica y tiene un impacto distintivo, simplemente sobresaliente.
Es el caso del segundo mencionado, Eduardo Halfon, quien ocupa el interés de esta nota, pues uno de sus libros más conocidos es El boxeador polaco, una recopilación de narrativa breve con una originalidad transparente y enriquecedora.
Ya en agosto del año pasado abordé algunos datos sobre este libro, y lo importante de su traducción al kaqchikel, realizada por Editorial Maya’ Wuj, en el artículo El ejemplo de Eduardo Halfon con “Ri Aj Polo’n Ch’ayonel”. No obstante, quiero desgranar detalles de esta obra y hacerles saber porqué debería ser una lectura obligatoria para todos los guatemaltecos.
Mucho de Guatemala existe dentro de este libro, pero el desarrollo y el tono de sus cuentos da la impresión de verla desde lejos. A medida que el lector va descubriendo la técnica de la narración de Halfon, se aprecia al país como un espectador constante de las acciones del personaje, un personaje pasivo; permanece ahí, pero distante, apreciando acciones y mudando épocas.
Para entender la obra completa, es necesario también hablar sobre la construcción que predomina en esta obra: un protagonista autobiográfico, es decir, un Eduardo Halfon envuelto de anécdotas y ficciones. Con esto, el escritor muestra un narrador que desde su perspectiva, en primera persona, es capaz de mostrar verosimilitud en los hechos (acaso por ser tan multifacético, otrora por su manera de describir su sentir) y capta una empatía que anima a una lectura ágil y espontánea. Este es un invento discursivo muy interesante y común en los libros de Halfon, porque el autor se ficciona, a la vez que recrea una autobiografía realista.
En sus páginas se percibe el esbozo, parte por parte, de un boxeador polaco (como indica el título), relatado desde la perspectiva de un Eduardo ficcionado, así como a través de los diálogos con su abuelo (Oitze, según la narración), a partir de una conversación fragmentada en la memoria del protagonista y la cual, dicho sea de paso, será la única unidad detrás de los relatos que componen el libro. Por así decirlo, el nombre del libro no es más que una pequeña parte de su estructura, y no se un spoiler al desarrollo o a la temática de la obra.
Con la lectura de El boxeador polaco se capta la esencia literaria de su autor, ya que los giros actanciales y la manera en que se resuelven las situaciones se cortan de tajo, pero en el momento preciso. Resulta que es difícil entender por dónde Halfon quiere llevar al lector desde el inicio de cada relato. Muchos de sus finales también se pueden sentir abiertos, ambiguos o reflexivos.
No se puede determinar el ritmo ni la duración de todos los hechos en relatos como “Discurso de Póvoa” o “Twaineando”, un recurso tan propio del estilo de Halfon que se repite en otros libros como Mañana nunca lo hablamos.
Luego, resalta la manera en que aparecen las alusiones culturales, artísticas y literarias afines al autor, de una manera tan propia que es imposible no alejar la atención de las referencias que relacionan a EduardoHalfon-escritor con este EduardoHalfon-personaje. Como él mismo ha mencionado en su momento, «esa es la magia de la ficción».
Algunos de los relatos recurren con exactitud a algunas anécdotas propias de Halfon. Es el caso donde, con mucho acierto, disecciona e involucra juegos de ficción y realidad, como en “Lejano”, “Fumata blanca” o su homónimo, “El boxeador polaco”.
“Epístrofe” se intuye como el típico cuento de amor, una relación de pareja atípica y descreída de sí. Pero adentro, en la lectura, se muestra como una vorágine de referencias cosmopolitas y multiculturales, sobre todo tras la aparición del serbio Milan Rakić (en aparente coincidencia con el poeta homónimo). Probablemente, ese sea el cuento que mejor defienda el concepto entero del libro, pues con la inmediatez con que se abordan los detalles, lo que parece evidente, desaparece línea a línea.
El manejo del lenguaje es maravilloso y para nada se siente forzado encontrar frases en otros idiomas, pues Eduardo tiene una naturalidad contextual para introducirlas, ni siquiera requieren que se coloquen las conocidas letras itálicas [K], edición tras edición. Y eso que hablamos sobre una obra traducida a más de una docena de idiomas como el alemán, inglés, italiano, noruego o, más recientemente, kaqchikel.
En sí, El boxeador polaco es una muestra de universalidad narrativa plena.
Al inicio de esta reseña quise (por capricho quizá) mostrar una rivalidad entre las maneras de atacar la literatura actual. «Lo nacional» o «lo guatemalteco», después de todo, nos pone en contextos de izquierda versus derecha, lo colonizador versus lo originario, universalidad versus particularidad, porque nuestra realidad es esa, sin embargo, poner en una esquina a este libro me deja sin una idea clara de a qué debiera enfrentarse.
Es curioso que, desde la pluma de un guatemalteco, en todo el libro no se perciban los extremos, los blancos y negros. En este texto coexisten una amplia gama de temas, pero es imposible hallarle una dualidad que responda a intereses ideológicos, mucho menos moralizantes. Es algo transgresor para lo que se nos acostumbra leer como literatura guatemalteca.
Me atreveré a definir, bajo mi percepción de bibliófilo y crítico, a este libro, como un ejemplo de singularidad y originalidad. Y si bien, es un collage de experiencias del mismo Eduardo, El boxeador polaco también goza de una fluida intuición narrativa capaz de evocar emociones para cualquiera, porque se siente orgánico para todo tipo de lector.
En Halfon, lo sincero de sus formas de contar es, a veces, su mejor ficción. Por lo tanto, estamos frente a una obra vasta, que se toma libertades y atrevimientos necesarios para con el aburrido entorno literario actual; un libro para el placer de ser leído y releído por su fascinante interacción con el autor y su mundo.
*Para la primera imagen, en la presentación de esta reseña, he compartido la portada del libro «El boxeador polaco» de la Editorial Cultura, edición conmemorativa hecha para la entrega del Premio Nacional de Literatura «Miguel Ángel Asturias» del 2018.
**Este artículo contiene fragmentos de una nota publicada anteriormente en Revista La Fábri/k/ el 3 de septiembre de 2019, cuya redacción es autoría del periodista Rodrigo Villalobos Fajardo.