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Diario de Los Altos

La Catorce

Enrique Gómez Carrillo, de la crónica al olvido

A finales de 1891, un joven Enrique Gómez Tible llega a Madrid y con ayuda de algunos amigos cercanos, también de origen guatemalteco, publicó su primer libro, Esquisses, un texto que recoge semblanzas de varios escritores de la época, y colaboró en varias publicaciones de medios españoles. Tras pasar múltiples miserias y desilusiones, Enrique emprendió el regreso a París, en agosto de 1892 y convertido en Enrique Gómez Carrillo (usando los apellidos paternos y apartándose del que fuera de origen belga por su madre). Un agosto distinto a cualquier otro, pues marcaría el inicio de su vida de escritor-bohemio, esto por su entrega de lleno al trabajo literario y al ajenjo con sus amistades, tan así fue que,​ en 1893, publicó su segunda obra Sensaciones de arte, la cual le valió que lo empezaran a nombrar como «el genio de 21 años» y que, durante 1895, le llevaran a ser nombrado académico corresponsal de la Real Academia Española .

Quise iniciar esta reseña de este modo, porque cada vez que me tomo un tiempo para expresarme sobre tan ilustre autor guatemalteco, pareciera que en Guatemala no encontramos comunión alguna con Enrique, un intelectual y diplomático incomprendido en el medio literario de su época, y de las que le siguieron. Quizá con la premisa planteada, veamos una ambición que nos acerca al ejemplo de guatemalteco inconforme, bohemio y, empujado por la suerte, a la aventura que ofrece el estar lejos de esta tierra.

Enrique Gómez Carrillo, un escritor oriundo de la Ciudad de Guatemala de finales del siglo XIX, fue un cosmopolita que quedó atrapado en el epíteto de «Príncipe de los cronistas». Dicha afirmación le ha valido un inmerecido olvido inmediato dentro de las letras y el canon literario del trópico centroamericano.

A diferencia de su contemporáneo, Rubén Darío, poeta nicaragüense y «Padre del modernismo», nuestro Gómez Carrillo quedó eclipsado por el manejo de su prosa bajo el ideal de «crónica». En el Diario de la tarde, donde ambos escritores trabajaron en conjunto, las columnas del guatemalteco ya destacaban por sí solas, tanto que le valieron una beca estatal con la que salió camino a España, favor del entonces presidente Manuel Lisandro Barillas; sin embargo, sería Francia y su ‘Ciudad Luz’, quien viera lo mejor de su desarrollo y talento como escritor, principalmente porque Enrique prefirió alargar el viaje a la vida alegre parisina, sin embargo, tuvo que volver a Madrid para cumplir con la beca como le fue impuesto desde su salida de Guatemala (pequeñas formalidades para volver a trasladarse a la París que tanto anhelaba).

De la mano del idioma francés, la vida bohemia, la transgresión cosmopolita de aquella ciudad europea y el auge de las vanguardias artísticas y de pensamiento, Enrique se llenó de influencias inmediatas para alimentar sus textos. Con una mirada crítica decidió ponerle ingredientes puntuales a nuestro castellano marchito, tal y como lo había hecho ya Rubén Darío con la lírica, recreó la prosa de su época, supo adornar de superlativos efímeros y estilizados sus líneas, y se ganó un lugar como cronista y diplomático destacado; su dominio del castellano se volvió tan versado que procuraba evitar el francés como lengua prima de sus escritos.

Y pasa que en el camino entre el relato periodístico con función política y su vida bohemia con acercamiento modernista, pareciera que Enriques hubiesen dos, uno distinto del otro y el que mejor se vendió en aquella época, fue el primero. Las prosas irreverentes con las que se dio a conocer en diversos medios en España habían ido quedándose detrás de la imagen «políticamente correcta» que la sociedad guatemalteca y el poder gubernamental le estaba imponiendo y he ahí el acercamiento achatado que se nos da de su obra dentro de nuestras aulas en la actualidad.

Gómez Carrillo en realidad, fue un genio que pasó sin pena ni gloria los umbrales del modernismo literario. Al no dejar sucesores, ni escuela, ni movimiento, ni vanguardia, el guatemalteco le ha impuesto esa visión de escritor burgués, o de extranjerizado irreconocible, incluso en el peor de los casos, simplemente «cabrerista», esto por su buena relación amistosa con el entonces candidato presidencial, lo que le valió favores y consentimiento político por mucho tiempo, al mismo tiempo que supo canalizar aquella ventaja para desenvolverse como versado entrevistador, crítico literario y periodista.

Desde entonces aquellas obras como El evangelio del amor, se han destinado a las esquinas de las libreras más empolvadas, es el Enrique más irreconocible, el menos guatemalteco, el indescifrable. En cambio, hablar de La Rusia actual o La sonrisa de la esfinge es mucho más vistoso al lado de los apellidos Gómez y Carrillo.

Busto de Enrique Gómez Carrillo ubicado en el parque que lleva el mismo nombre del escritor (conocido aún por algunos por su nombre anterior «Parque Concordia»), ubicado en la Sexta Avenida de la zona 1 capitalina.

Existe un compilado de prosa, única dentro de la literatura hispanoamericana, tres novelas de este autor que son dignas de admirarse individualmente y que se distribuyen normalmente en un solo conjunto, son las Tres novelas inmorales. Dichas novelas describen lo maravilloso del decadentismo, la belleza de lo exótico, el encanto por los placeres sensoriales y la ambientación ilusoria entre lo novedad y lo antiguo, todo un contexto bohemio, todo Gómez Carrillo.

El texto más imprescindible de las llamadas ‘novelas inmorales’ (por su tono erótico y sin censura, quizá para aquel siglo XX) sería Del amor, del dolor y del vicio, una vorágine de sensaciones que se transmiten al lector como si viviese en carne propia la narración tan detallada y sensorial de Gómez Carrillo y los acontecimientos tan extraordinarios de sus personajes. Dicho texto no tiene antecedentes directos en la narrativa hispanoamericana ni generó una tradición, pero la razón por la que debiera ser una lectura obligatoria es por la originalidad de forma y contenido, elementos ausentes ahora dentro de nuestra literatura guatemalteca, tan llena de posmodernidad y experimentación, toda injustificada y al punto que se vuelve una performance, sin género literario o crítica artística que le contenga.

Los otros dos textos que le acompañan son Pobre clown y Bohemia sentimental, textos aún menos conocidos, pero que profundizan en la esencia de la vida bohemia de placeres exquisitos y mujeres peligrosas. La feminidad juega un rol muy interesante en estas novelas, debido a que los estereotipos de mujer quedan de lado, para Gómez Carrillo las femme fatale tienen un rol protagónico, la manipulación de la razón y el sentimentalismo se ven enfrentados por la picardía y la seducción; estas ideas temáticas rompen los esquemas de maternidad y matrimonio que se veían impuestos en aquellos años llenos de costumbres tan conservadoras, todo ello sin tener una bandera de feminismo por encima.

Que este artículo sirva como un breve acercamiento a la verdadera obra modernista detrás de este grandioso escritor guatemalteco, quien a su vez fuera un cosmopolita irremediable y un bohemio real (sin caer en la tradición nihilista del caos, como lo fueron los amantes del «realismo sucio» posteriormente). Su influencia fue muy superficial para los escritores de inicios del siglo XX, no obstante, en la actualidad, siquiera el Premio Nacional de Periodismo Cultural lleva su nombre.

Enrique Gómez Carrillo, no fue solo el más grande cronista hispanohablante, ni fue solo otro periodista politizado, tampoco un diplomático de relaciones estrechadas por conveniencia, se trata de uno de los narradores más inventivos y controversiales del siglo pasado, un transgresor literario que jamás se disculpó por no escribir como el canon artístico latinoamericano lo hacía; incluso ganándose detractores por criticar la obra de José Milla y Vidaurre. Un irreverente de palabras y hechos, nuestro irreverente.

 

Este artículo contiene fragmentos de una nota publicada anteriormente en Revista La Fábri/k/ el 13 de noviembre de 2018, cuya redacción es autoría del periodista Rodrigo Villalobos Fajardo.

Escritor, editor, periodista, gestor cultural, investigador archivista, profesor de lenguaje, comunicador y tallerista. Nació en Ciudad de Guatemala en 1992. En 2011 creó su blog "Tulipanes de plástico", donde expone poemas, ensayos y cuentos de su autoría. Formó parte de las antologías «Frente al silencio -Poesía-», «Antología poética 20-30» y «Antología del Bicentenario de Centroamérica». Ha publicado los libros «Poemas de un disquete» (2017) y «Tulipanes de plástico» (2018). En la actualidad, finaliza sus estudios de la Licenciatura en Letras en la USAC; está a cargo de la editorial "Testigo Ediciones"; colabora como columnista y redactor para varios medios digitales; es profesor de enseñanza media de comunicación y lenguaje; además, dirige y trabaja en proyectos de artivismo y memoria histórica.

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