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QUETZALTENANGO
Diario de Los Altos

Tacita de Plata

EL CERCO DEL DIABLO

Esto fue lo que me contaron:

Había a principios del siglo pasado un hombre pobre, pobre pero muy pobre que no hallando trabajo para sostener a su familia, decidió venderle el alma al Diablo.

Hizo saber a su mujer la decisión tomada y, pensando que pronto serían las doce de la noche, se encaminó montaña arriba con la intención de invocar al señor de las tinieblas.

Dicho y hecho. Satanás acudió al llamado del pobre hombre, acordaron las condiciones, sellaron el pacto y a partir de ese momento se volvió un hombre inmensamente rico.

Pronto dejó de ser un hombre pobre y desgraciado; le llovieron los amigos y él y su familia eran el centro de atención en pueblos y aldeas.

Pero, ¡ay!, la dicha, la dicha, como en este caso, se hizo para durar solo instante.

Y tal como lo reza el viejo dicho, no hay fecha que no se llegue ni plazo que no se cumpla.
Siete años duró la dicha. Siente años duró el despilfarro.

A partir de cierto tiempo los perros comenzaron a aullar lastimeramente en la profundidad de la noche. El aire que bajaba de la montaña arrastraba consigo un fuerte olor a azufre. Las gallinas caían asustadas de los tapexcos y las bestias mulares salían barajustadas con las crines encrespadas como huyendo de no sé qué.
No fueron pocas las veces que el relincho y el galopar de un caballo sembró agujas de angustia en el corazón de la gente. Nadie dormía y el temor a lo desconocido les helaba la sangre.

Las lechuzas, con sus silbidos demoníacos, sobrevolando la casa del empactado, anunciaban que el plazo convenido estaba por vencerse.

Una tarde, cerca de la puesta del sol, una viejecita de tez rugosa y manos callosas, llevando consigo un gallo blanco bajo del brazo, le dijo al dueño de la casa que ella tenía la clave para invalidar el trato. Le dijo que fuera en busca del Diablo y que le dijera que la mujer más anciana de la aldea quería someterlo a una apuesta.
Si ganaba el príncipe de las tinieblas, irremediablemente él le entregaría su alma respetando el pacto. Pero si ganaba la ancianita, dejaría libre al hombre y le devolvería su riqueza.

«No hay cosa en este mundo que yo no puede hacer. ¿En qué consiste la apuesta?», preguntó el Diablo.

«En que debes hacer un cerco gigantesco de piedras labradas, pero debes terminarlo antes de que el gallo cante».

«¡Aceptado! Me pongo a trabajar en este mismo momento y ya verás que cuando el gallo cante el cerco de piedra estará terminado», respondió Satanás, creyendo ciegamente en su poder.

La anciana metió el gallo en una jaula y lo cubrió con un trapo. Al sentirse completamente rodeado de oscuridad, el gallo se durmió en el acto.

Mientras tanto, una legión de demonios cortaba y tallaba las piedras que luego subían en alocado tropel por la falta de la montaña. El Diablo dirigía la obra personalmente.

Generalmente, los gallos cantan a las tres de la mañana para anunciar al mundo la maldad de las tinieblas, pues, si mis desocupados lectores no lo saben, es la hora del Diablo”, la hora en que, según la creencia, la maldad adquiere más fuerza. Es el momento del día más lejano a las tres de la tarde, instante en que Cristo, después de haber perdonado a la humanidad por sus pecados, moría en la cruz y encomendaba su alma a Dios.

La anciana cabeceaba a la par del gallo. Al Diablo le faltaba poco para terminar el cerco y ganar apuesta. Cuando la viejecita calculó que había llegado el momento, quitó el trapo que cubría la jaula y acercó una lumbre a la cara del gallo. El gallo, al notar la claridad, pensó que eran las tres de la mañana e hizo sonar el clarín de su garganta con tanta fuerza, que todos los gallos de la aldea cantaron enseguida.

El Diablo perdió la apuesta debido a la astucia de la anciana. Al verse derrotado se enfureció tanto, que le pegó una patada al cerco, haciendo que una parte de las piedras rodara montaña abajo.
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Estimados paisanos:
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Un comentario es una recompensa para aquel que dedica para entretenerlos sanamente.

Juan Pablo Espino Villela

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