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QUETZALTENANGO
Diario de Los Altos

La Catorce

Desde mi ventana – El llamado de la caracola

Saqué la cabeza por la ventana y le grité a Noé que viniera, lo vi acercarse mientras yo intentaba sacar las bolsas de basura por la puerta de enfrente, el servicio de recolección dejó de funcionar desde hace algunas semanas por culpa de las maras; les estaban cobrando una “cuota de circulación”, entonces el dueño de los camiones prefirió que nos jodiéramos entre la basura, a seguir perdiendo dinero con la extorsión. Desde ese día, los muchachos de la cuadra han aprovechado. Cobran unas monedas por ir a dejar las bolsas con basura al pie del barranco usando una carretilla vieja y oxidada. A veces los veo pasar con colchones o muebles viejos, la carretilla parece que se va a destartalar de un momento a otro, pero no lo hace, sigue rodando incansablemente con su chirrido agonizante.

-¿Solo esas vas a sacar?- Me dijo Noé mientras se colgaba una de las bolsas en la espalda y sujetaba la otra con la mano.

Otro de los muchachos con los que Noé fuma yerba en la esquina, creo que le dicen “Chuchita”, se acercó y agarró la bolsa que tenía en la mano. «¡Vamos Noé, mita y mita!», dijo colgándose la bolsa en la espalda. Le di un billete a Noé y regresé a mi casa a terminar el informe del libro que tengo que entregar para la clase de filosofía. Tenía que escribir un ensayo acerca de la maldad, de lo que era y de dónde provenía. Si es que es acaso algo que todos tenemos o algo que creamos y nutrimos con la vida que nos toca vivir.

Por la tarde, salí a la ventana a despejarme, había avanzado bastante en mi ensayo así que encendí un cigarro y abrí la ventana para sacar el humo. Noté un bulto que me pareció familiar, forcé un poco la vista y vi que eran las bolsas de basura que había sacado en la mañana, estaban recostadas en la pared frente a mi edificio, vi hacia ambos lados de la calle y en la esquina, estaban los muchachos arrejuntados en un círculo pequeño, viendo algo que no alcancé a distinguir. Bajé por las escaleras y salí a la calle furioso, me acerqué al pequeño círculo y agarré a Noé por los hombros, le di la vuelta y le dije casi gritando que las bolsas estaban allí tiradas en la calle, que las fuera a dejar al barranco o que me devolviera el dinero; yo estaba agitado, el pecho me brincaba y mis manos se sentían pesadas. Noé solo me veía con unos ojos perdidos, como si no entendiera lo que le estaba diciendo. Los otros tres muchachos que estaban con él, nos observaban en silencio, uno de ellos, el más pequeño y flaco de los cuatro se levantó despacio, era “Chuchita”, me vio fijamente por unos instantes y levantó su mano lentamente, tenía una pistola con el cañón apuntándome al estómago, solté a Noé y di un brinco para atrás sintiendo el estómago contraído. 

-Tranquilo, no te va a pasar nada.- Dijo el niño y Noé hizo una sonrisa a medias. El corazón me empezó a latir rapidísimo, daba pequeños pasos hacia atrás y levanté las manos sin dejar de ver a los muchachos que parecían disfrutar de mi terror y mi angustia. La calle estaba completamente vacía, no veía a nadie a quién pedirle ayuda y me dieron unas ganas horribles de llorar.

Noé dio dos pasos hasta donde estaba el otro chico.

-Calmado, aquél no hace nada.- Le dijo y avanzó otro paso. 

-Que nos suelte el billete que trae.- Dijo una voz que no había escuchado hasta ahora. Sentía el sudor de mis axilas corriendo por mis costillas en grandes cantidades, el aire escaseaba, mis manos sudaban y quería correr, pero las piernas me pesaban más que dos botes llenos de cemento. 

-Ustedes no son así.- Les dije con una voz temblorosa y torpe. -Esperen acá y les traigo dinero…- Pero la última frase ya casi ni se escuchó.

El niño de la pistola volteó la cara hacia mí y con la cara seria me dijo «Danos mil quetzales.» 

Sentí que algo en mi pecho se hundió hasta mi estómago, quería llorar, quería gritar pero estaba completamente mudo.

-¿Y si lo quebramos y nos vamos a la verga?- Dijo la última de las voces, la que faltaba por hablar. Estaba paralizado, otra vez pensé en correr, pero tenía miedo que me fueran a disparar por la espalda. Noé sin decir nada, se acercó otro poco a “Chuchita”. 

-Va, que nos de el billete, pero dejalo que se vaya a la verga. 

-Ni verga, mil varas que nos dé.- El niño movía la pistola descuidado, de un lado a otro como si esta no pesara nada.

-Que nos dé el billete de una.- Dice uno de los de atrás. 

-¡Matalo!- Gritó con furia el último de los que habló. 

Solo vi un estallido y en los oídos me quedó un zumbido después de la explosión seca. Noé cayó al suelo agarrándose el estómago, la sangre pronto le cubrió la camisa y se convertía en una poza corinta y gelatinosa en el suelo. “Chuchita” soltó la pistola y se acercó a Noé. Los vecinos que escucharon el disparo salieron a sus terrazas, a las ventanas, pronto estábamos rodeados  y el chico de la pistola empezó a llorar desconsolado. 

-Yo solo quería asustarte mano. No era de verdad. ¡Por Dios que solo quería ahuevarte!

El niño lloraba más, pegaba unos gritos desgarradores, ahora arrodillado manchándose el pantalón de sangre, desconsolado, abrazando a su amigo muerto y sobándole la cabeza pidiéndole que se levantara; rogándole porque lo disculpara. La ambulancia no tardó en llegar acompañada de la policía, les dije todo lo que sucedió, les dije que solo eran niños, niños jugando a ser criminales.

Fin.

 

Colaboración y autoría de Jenner Santos. Periodista cultural, escritor y antropólogo guatemalteco; ha colaborado con análisis coyunturales para distintos medios digitales de Guatemala.

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Diario de Noticias Quetzaltenango. Fresco, innovador, gráfico y de investigación. Un medio comprometido con la alta cultura, la información, y sobre todo, la libertad.

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