Algo que veíamos tan lejos nos pudo alcanzar, cambiamos la manera de saludarnos y esa sonrisa que nos caracterizaba fue tapada, pero aún así sonreímos con la mirada.
Cambiamos el «yo te aviso» por el «cuando esto acabe», y es que realmente la vida nos acercaba a unos y alejaba de otros, nos dimos cuenta quien era amigo.
Las calles se tornaron blancas, valoramos a esos héroes sin capa que teniendo familia lucharon por vidas ajenas, gente con sonrisas fingidas y uno que otro vago aprovechado.
Cuando acabará es incierto, pero aún nos queda la esperanza, esa que dicen que es lo último que muere; aunque escuchemos a diario que alguien que conocíamos fue parte de esa cifra, alguien que nadie podrá despedir como se merecía.
De manera drástica, la vida nos enseñó a valorar muchos momentos y a darnos cuenta de muchos otros.
Una comida en familia.
Una salida con amigos.
Un abrazo que reconstruye.
Ese besito para el más peque.
Compartir con la familia.
Platicar con el hermano.
Tocar el alma sin poner un dedo encima.
A poner el «tú» sobre el «yo».
Entendimos que el verdadero placer de la vida está en los pequeños detalles y no en lo material.
Que a pesar de todo, y por muy gris que parezca, aún podemos pintar los días de colores solo con el hecho de despertar y tener a los tuyos sanos.
Y al final de todo, el mundo se llenará de personas más humanas y muchas primeras veces, nos daremos cuenta que fue solo ese monstruo que creíamos habitaba bajo nuestra cama cuando éramos pequeños, pero que cambió nuestra manera de ver la vida.
Una colaboración cortesía de Raisa Ramírez Molina. Amante de las letras y el café, tiene un blog titulado «Libélula» donde expone poemas de su autoría, guatemalteca de 29 años Maestra de Educación Primaria/secretaria. Actualmente finaliza estudios de la Licenciatura en Administración Educativa.
