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QUETZALTENANGO
Diario de Los Altos

La Catorce

Pobrecito monumento que soy

Siguen recientes los hechos y los vestigios aún son capaces de hablarnos desde sus reparaciones, así que me parece un momento adecuado para razonar respecto a las imágenes que nos quedaron de este 12 de octubre recién pasado. Durante la marcha ocurrida en pleno “Día de la hispanidad” algunos manifestantes se vieron en la difícil tarea de halar con un lazo a diferentes estatuas para tirarlas abajo, por lo que en dicho marco de protesta y disgusto aún vale la pena preguntarnos cuánto de ilegalidad hubo en ello y cuánto de historia sabemos.

Si bien es cierto que estas figuras alzadas en bronce, lata y cuanta fundición de metales están diseñadas de una manera estética que nos recuerdan la importancia de algunos hechos y personajes históricos, ¿quién da por sentado que esa sea la única manera de contar la historia de un país tan excluyente y desigual? Acaso la población trabajadora, otrora el gobierno de turno o acaso la religiosidad detrás de un libro cuyo título no me acuerdo (ese donde dice que Dios pone y quita reyes a su antojo o algo así).

Siempre me es oportuno precisar que nunca faltan los «dotados de intelecto» con demasiado tiempo libre y que con desenfado atascan las redes sociales con mensajes, publicaciones y comentarios de los que hoy me he valido para nutrir este artículo. Desde ya, gracias a cada uno de ellos.

Monumento a Cristóbal Colón sobre Avenida Las Américas

Los altares al sometimiento del pueblo

Resulta que, para convidar un poco de contexto, la celebración respecto al “Día de la hispanidad” o “Día de la raza” lleva consigo una carga cada vez menos importante a nivel social en toda Latinoamérica. Para empezar, ha dejado de ser un asueto en suelo nacional como ocurre con el “Día del Ejército” (30 de junio) o el “Día de la Revolución” (20 de octubre y de la cual hablaremos más adelante) por mencionar dos conmemoraciones que se sostienen dentro de nuestros calendarios. Este «relegado descanso» ha sido olvidado por casi todos los rubros comerciales, excepto el bancario, según recuerdo. A pesar de ello, cada 12 de octubre, las marchas son más multitudinarias y tienen un evidente matiz de denuncia social que no pasa desapercibido, sobre todo para las organizaciones de nuestros pueblos originarios. Particularmente, este año, tras el malestar generalizado que supuso el bicentenario independista y la pésima gestión detrás de la pandemia por Covid-19 que vivimos, todo se ha aglutinado en un discurso de amplia crítica que ha pasado bastante invisibilizado entre diversos medios de comunicación.

Entrando en materia histórica, no debiera celebrarse descanso en muchas de las fechas que creemos asuetos, ya sea porque son conmemoraciones religiosas siendo éste un supuesto país laico y luego porque otras son meras decisiones a gusto y criterio de gobiernos que tergiversaron la idea de ‘corrección política’ respecto a algunos hechos del pasado. Ahí es donde cabe la duda de la conmemoración al “Día de la hispanidad” que emancipa el descubrimiento (pésima palabra que debería ser cambiada por «saqueo») de un territorio ya poblado previamente, con sociedades y culturas en desarrollo y con tradiciones propias de sus regiones. De lo poco positivo que yo le veo a la fecha es el empleo (por no decir imposición) del bello castellano como lengua que se oficializara después, y dejamos de contar ahí. A ello se le suman los años de la agresiva forma de conquista ibérica-católica que desembocó en esta mezcla lingüística, étnica y cultural que tenemos hasta la actualidad. Suena a algo digno de olvidar y de señalar por lo que es, violencia y guerra, crímenes de lesa humanidad en todo su esplendor. También por eso existe un llamado popular cada vez más fuerte, desde estas culturas ancestrales, a una conmemoración distinta para esta fecha con el nombre de “Día de la dignidad de los pueblos”, algo que tiene mucho más sentido desde la resistencia y a la luz de los hechos de sangre y muerte que rodean a sus territorios desde 1492 (1521 para la región guatemalteca).

Entonces, es comprensible que haya población conocedora de ese contexto en total descontento con la idea que transmite el hecho histórico y su figura más emblemática, Cristóbal Colón. No parece un hecho antojadizo ni aleatorio dentro de lo que fue la marcha. Tener eso en mente seguramente puede sonar como un discurso de odio suficientemente sólido que incite a algunos a tirar estatuas porque es una idea occidentalizada y ajena a la historia de estos pueblos originarios que desean reivindicar su voz silenciada por tantos años. Para otro grupo poblacional puede que solo le sea indiferente o ridículo, quizá desde su burbuja de privilegios no necesitan cuestionar nada, como becerros obedientes. Y claro que hay algo de ilegal en el acto, se trata de destrucción al patrimonio cultural, pero la realidad es que a nadie le gusta que se le imponga una figura de adoctrinamiento por sobre los hombros para idolatrar. Así que hay que repensarnos como nación si el lema de presentación de Guatemala ante el mundo sigue siendo aquel de «El país de la eterna primavera: multicultural y plurilingüe». Por la dignificación de esos 25 idiomas que tenemos en nuestras fronteras y conscientes de esas etnias originarias que nos enriquecen, ¿no sería bueno siquiera entender y empatizar como seres humanos con la historia de sometimiento y discriminación que han atravesado estos pueblos? Es una verdadera lástima que se hubieran encontrado con abejas para prevenir la hazaña que se disponían hacer. En ese mismo sentido, la ley debería ser más respetuosa de las formas de manifestar respecto a un hecho histórico comprobado y más eficaz al tratar con veteranos militares que incendian edificios con mayor velocidad que un grupo de estudiantes universitarios, y ni hablar de la represión irracional para con el pueblo q’eqchi’ en El Estor, Izabal.

Monumento a José María Reyna Barrios (Reinita) sobre la Avenida Reforma (foto antes de la reparación y posterior al paso de los manifestantes del 12 de octubre 2021)

¿De verdad romantizamos nuestra historia?

Ahora a ello sumemos lo ocurrido con el monumento de José María Reyna Barrios (a quien me dirigiré de acá en adelante por su apócope “Reinita”), el tipo del bigote simpático, a caballo y con uniforme militar. Se trató de un expresidente de ideas liberales que estuvo en el poder entre 1892 y 1898. A Reinita se le recuerda por ser sobrino de Justo Rufino Barrios, otro expresidente liberal, por lo que sería quizá un digno representante del nepotismo que ronda en nuestro país desde sus raíces fundacionales como nación independiente.

A su vez, Reinita es recordado como un hombre de armas cuyo mandato estuvo marcado por el embellecimiento urbano, construcción de infraestructura (con probable enriquecimiento personal –corrupción sería el término más adecuado-) y libertad de prensa (una prensa que también fuera sumamente crítica contra su mandato). No obstante, también fue uno de los primeros mandatarios en dar “derecho” a los terratenientes sobre tierras campesinas y explotar a sus poblaciones. Se le increpa al gobierno de Reinita el haber dejado al país en una profunda crisis económica, el cierre de escuelas y el de la Universidad Nacional. Para aderezar el asunto, en 1921, durante el primer centenario de independencia fue develada la estatua que se decapitó hace unos días, un festejo póstumo de sobra injustificado con todo lo ya comentado. Existe incluso un rumor alrededor de su monumento y es que dicha estatua iba a representar a Francisco Morazán, pero se terminó cambiando, eso quizá explicaría la facilidad que hubo al arrancarle la cabeza al jinete por las juntas soldadas.

Ahora, conociendo esto, ¿sigue pensando usted que vale la pena romantizar la historia que no le cuentan bien en los centros educativos o está pensando aún solo en el daño estético que le hicieron a la ciudad? Un daño que por cierto ya fue reparado a la brevedad posible de nuestras autoridades y que fue custodiado posteriormente cual escena de crimen (una escena de verdad enfermiza y sin sentido que jamás veríamos si se tratara de un asalto, una extorsión, un crimen de odio, un ciclista atropellado o una mujer desaparecida). Debo admitir que, a mí, el juego de pelota con la cabeza de lata me produjo un sentimiento estético más enérgico, lúdico y enriquecedor que la misma contemplación del estacionario ecuestre en años.

Marilyn Boror durante su performance «Monumento vivo» frente al Palacio Nacional el 20 de octubre 2021. Fotografía por: Gustavo García Solares / La Bienal en Resistencia

El monumento que vivió para seguir contando su historia

Existen, por otro lado, acciones en el mundo del arte al margen de estas celebraciones que cobran un sentido fortalecedor, dispuestas a dar voz a quienes la misma historia oficial ha silenciado. Es acá donde cabe la mención de la performance realizada por Marilyn Boror con el título de “Monumento vivo”.

Justo en el marco del “Día de la Revolución” (una conmemoración de lucha y resistencia verdadera y más tangible que la misma independencia) y a 8 días del «Día de la hispanidad» una artista indígena maya-kaqchiquel cruzó la Sexta Avenida de la zona 1 descalza, con su indumentaria maya de San Juan Sacatepéquez, hasta llegar a la Plaza de las Niñas, frente al Palacio Nacional. Al llegar a este lugar subió a un pedestal con base de concreto y le vertieron cemento para unirla físicamente a la placa con la leyenda: «En memoria de los defensores de la tierra / En memoria de los guías espirituales / En agradecimiento a los presos políticos / En agradecimiento a los líderes comunitarios / ¡Libertad para los ríos, los cerros, las montañas, las flores, los lagos! / Guatemala, octubre 2021».

La acción ocurrió al mismo tiempo dentro del registro de las actividades programadas por La Bienal en Resistencia 2021, una plataforma que define al arte como un acontecer social y que se activó en su segunda edición durante todo el mes de octubre. La gestión documental de esta propuesta da muestras de la solemnidad con la que la artista abordó su rol de monumento vivo, con cemento endureciéndose hasta los tobillos frente al Palacio y una audiencia enorme que hacía eco de lo que veían con respeto y verdadera contemplación.

Para muchos curiosos aquello pasó desapercibido como un mero entretenimiento o sátira, pero para otras personas la empatía no se hizo esperar y algunas de ellas intentaban interactuar en aquel momento, bien fuera hablándole a Marilyn sobre los riesgos de tener contacto de la mezcla en la piel o con profundo respeto quedándose a admirar a la mujer sobre su pedestal unos minutos.

Y es que la trayectoria de Boror es enorme, sobre todo en el ámbito internacional. Ella estuvo consciente del riesgo que conllevó su acción en todo momento, aun así, se mantuvo estoica y silente en profunda meditación. Todo ello estaba planificado desde hacia varios meses atrás sin saber lo que estaba por acontecer para el «Día de la hispanidad», apenas unos días antes. Aludiendo a la reflexión de su intervención pública, ella explicó que: «Somos [los pueblos originarios] el monumento vivo que está en lucha del territorio, caminamos sobre el cemento fresco que la oligarquía y el poder pone en nuestros pies, dejamos las huellas y no dejamos que éste endurezca a su paso». Su imagen permaneció erigida unas horas con auténtico valor y empatía, a diferencia de los monumentos que días antes fueron sacudidos enérgicamente con un espíritu de rechazo y descontento.

En redes sociales, ambos hechos fueron motivo de múltiples comentarios en páginas que comunicaron lo ocurrido, tanto el 12 como el 20 de octubre, dejando lamentablemente en evidencia nuestra falta de educación, desconocimiento por la historia y la cultura de nuestros pueblos originarios. Los comentarios en su mayoría aludían a la discriminación. La violencia verbal respecto a la etnia de los actantes y sus motivaciones estaban fuera de la norma. Incluso en Facebook, una red social que se caracteriza por censurar el uso de lenguaje que incita al odio, parecía no darse abasto con la cantidad de comentarios misóginos, llenos de odio y violentos por mera ignorancia de la realidad social que vivimos.

El poco conocimiento por la trayectoria de Marilyn Boror fue también evidente y llamativo entre los cientos de comentarios con los que me encontré en Twitter y Facebook. No cabe duda que, en gran medida, tenemos el país que nos merecemos como sociedad. Solo nos queda recapacitar aterradoramente si estas ideas representan también a la mayoría de nuestra población o si estamos dispuestos a hacer algo respecto a las figuras que ponemos en nuestros libros de historia y uno que otro pedestal.

Marilyn Boror durante su performance «Monumento vivo» frente al Palacio Nacional el 20 de octubre 2021. Fotografía por: Gustavo García Solares / La Bienal en Resistencia

 

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Escritor, editor, periodista, gestor cultural, investigador archivista, profesor de lenguaje, comunicador y tallerista. Nació en Ciudad de Guatemala en 1992. En 2011 creó su blog "Tulipanes de plástico", donde expone poemas, ensayos y cuentos de su autoría. Formó parte de las antologías «Frente al silencio -Poesía-», «Antología poética 20-30» y «Antología del Bicentenario de Centroamérica». Ha publicado los libros «Poemas de un disquete» (2017) y «Tulipanes de plástico» (2018). En la actualidad, finaliza sus estudios de la Licenciatura en Letras en la USAC; está a cargo de la editorial "Testigo Ediciones"; colabora como columnista y redactor para varios medios digitales; es profesor de enseñanza media de comunicación y lenguaje; además, dirige y trabaja en proyectos de artivismo y memoria histórica.

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