Con esta frase despedía la misa Monseñor Enrique Yarzebski (padre Quique), quien era cura párroco de la Catedral de Xela en la época de la negociación y firma del Acuerdo de Paz Firme y Duradera.
Recuerdo el 29 de diciembre de 1996 cual si fuera ayer, también era domingo, muy soleado y con muchas expectativas por el fin de un conflicto de 36 años, en extremo violento, que dejó 280 mil muertos, 50 mil desaparecidos, un millón de desplazados internos y refugiados, destrucción de infraestructura, y mucho atraso social y económico, pues los limitados recursos del Estado se destinaron a la peor acción del ser humano: La guerra.
En aquella época, era jefe de redacción y director editorial del semanario El Regional, y coordiné la edición especial por la firma del Acuerdo.
Estuve en posición privilegiada y como periodista cubrí el inició de las actividades con el retorno y conferencia a los periodistas de la comandancia de la URNG, los festejos en la Plaza de la Constitución, la firma del documento final y el encendido de «La Llama de la Paz», que nunca sería apagada, y que hoy día ya ni el pebetero existe.
Aunque haya quienes sostienen que la firma de los acuerdos de paz fue un error de Arzú por los resarcimientos pagados a las víctimas, y la persecución penal y cárcel a oficiales del Ejército, policías, comisionados militares y patrulleros civiles por genocidio y delitos de esa humanidad, tal firma no dependía de Arzú, ni de la sanguinaria oligarquía que él representaba.
La firma de la paz fue por la presión internacional, pues la Guerra Fría Este-Oeste había terminado, la Unión Soviética estaba colapsada, e inclusive, la paz era parte de la estrategia del Ejército para mantenerse en el poder y terminar con las bajas, ya que nunca pudieron aniquilar a la guerrilla, a pesar de la gran diferencia numérica; pues entre efectivos castenses, PAC, comisionados militares, polícia nacional y guardía de hacienda, el Ejército disponía de 250 mil hombres; en tanto la URNG desmovilizó a tres mil personas, entre hombres, mujeres y niños.
Inclusive, Arzú restableció relaciones con Cuba, e invitó a Fidel Castro a la ceremonia, quien declinó la invitación y envió a su Vicepresidente.
Aunque los sectores recalcitrantes han querido enmarcar el conflicto armado en una agresión externa contra Guatemala en la lucha de la fuerza azul contra la roja, capitalismo libertario contra comunismo esclavizante, con la ideología de la seguridad nacional, los estudios de cientistas sociales, y mi propia experiencia, determinan que las raíces reales del conflicto datan desde hace 500 años por la exclusión de los pueblos indígenas y ladinos pobres de la toma de decisiones políticas, el hambre, miseria, falta de acceso a serviciós sociales como salud, educación, alimentos, saneamiento ambiental, tierras para trabajar, y respeto a su cultura ancestral.
Y la intención de fondo del Acuerdo de Paz Firme y Duradera es terminar con las causas sociales e históricas que motivaron el conflicto armado interno, y que así no se vuelva a repetir.
Pasados 23 años del acontecimiento, se calcula que los acuerdos se han cumplido en 40 por ciento, hay logros evidentes como la reforma educativa, el reconocimiento de que somos un país multicultural, plurilíngüe y pluriétnico, la creación de la Defensoría de la Mujer Indígena, el procesamiento y cárcel a genocidas y asesinos, resarcimiento (muy lento) y mejora de servicios básicos, y un impacto fuerte en la democratización del país con la Trilogía de Leyes del Desarrollo.
Además, los acuerdos de paz son ley de la República, en la que se establece que son de cumplimiento obligatorio y a largo plazo.
La construcción de la paz es tarea de todos, como bien lo dijo Monseñor Yarzebski.