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La Catorce

El Recuento

Al final de todo esto, nos volveremos a reunir, o se volverán a reunir, y se hará el recuento inevitable. Cada uno tomará la palabra y repasará su propia lista. Cuántos primos hermanos éramos o eran antes del inicio de la pandemia, cuántos se fueron. Habrá llanto, sin duda. Los padres de quienes murieron, los hermanos que sobreviven, las esposas, los esposos. Será el cuadro como el final de una guerra total andando en el campo de batalla, pasando sobre cadáveres, ayudando a caminar a los heridos con las cabezas amarradas, avanzando desanimados, desesperanzados, rostros congelados en una mueca inútil, despreciable, enemiga.

Se repetirá el “Gracias a Dios que nosotros salimos vivos”. Las narraciones irán lentas, palabras graves, pausadas, miradas extraviadas, los cuerpos vencidos, reflexivos, solemnes todos. La reunión será presencial, ya no por Zoom o Meet, la virtualidad abandonada momentáneamente, porque esta ya será parte de la vida normal para siempre. La sesión en físico nos (o sin el “nos”) parecerá rara, sintiendo como si nos faltara vernos en la pantalla del ordenador o del móvil, la familiaridad de la cercanía desde la distancia estará reclamando. Y qué bien es liberarse por fin de la mascarilla, el molesto tapabocas y la careta. Ya no hay quien le apunte a uno a la garganta o a la sien con una pistola medidora de temperatura.

El comienzo, en la nueva normalidad, la nueva era, al final de este final…

El año es más certero, el mes es incierto. Sincero el tiempo. El día… no importa. Lunes tal vez. La hora andando en el móvil es burlona. Alguien que permanece callado, con el mentón apoyado en la palma de la mano, con expresión indiferente, como si volviendo lentamente a la vida, por fin toma la palabra y dice que cómo cambió el mundo, – respira hondo- que somos (o son) no lo que el viento dejó, y aquellos, no lo que el viento se llevó, sino los pospandemia. El mundo anterior separado, partido, del actual, por la gruesa oscuridad del Coronavirus, – señala, y prosigue-. Es otro año cero el 2020. Tiempos distópicos en los que solo quedaba el vislumbramiento, o el deseo de atisbar horizontes prometedores. Y exhibe la liberación de un suspiro por el dulce antepasado.

Una de las mujeres se levanta, camina hacia la ventana más próxima y ve a través de los grandes cristales. Se fugan sus ojos. Afuera el viento mueve suavemente las hojas de los frondosos árboles. Sin volverse, con voz lastimera, dice la dama que algunos amigos sucumbieron al mal, dieron positivo varios compañeros de trabajo, uno a uno se reportaba en cuarentena y se iba cerrando el círculo en torno a ella, sitiándola, pero que gracias a sus precauciones salió indemne al alcanzar la punta de una jeringa con vacuna que al cabo de un año de temores llegó y se insertó en su brazo. Se voltea, despliega su mirada sobre todos los presentes, y dice que qué grata se siente la reunión, “me alegra verlos a ustedes”.

Mmmm… sí, varias vacunas se fabricaron. Famosas la rusa Sputnik V, la AstraZeneca, la Pfizer… la Moderna y la Janssen de Johnson y Johnson, recuerda un hombre con la vista derrotada en el piso; con la mano derecha se soba la cabeza y remata con una frase rabiosa ¡El COVID-19, un virus que nos partió la vida!

Aquí hasta al presidente hay que sacar a colación. Ese individuo bueno para nada. Incompetente. Todos creímos que por su profesión de médico iba a enfrentar la pandemia con magníficas medidas.

“¡Qué desgracia de hombre!”, exclama una joven casi gritando desde la entrada de la amplia sala, sentada en la grada de la puerta.

“Ah, sí. Sinvergüenza ese tipo. ¡Ojalá se lo hubiera llevado la pandemia también!”, le secunda otra persona.

Un silencio irrumpe en la sala, poderoso merodea por los alrededores y entre los presentes, rebota en los muebles y sale sigiloso al extenso jardín, un gran lugar poblado de hermosas flores y árboles serenos. El canto de unos pájaros acaba con él entre la vegetación.

“Y aquí a saber cuántos vecinos ya no cuentan el cuento”, calcula otro miembro de la familia, una señora recién llegada a la convocatoria. Sorbe un poco de té y devuelve cual autómata la taza a la mesa de centro. No hay residenciales -continúa- donde no se haya sabido de algún deceso o de algún contagio. Es que fue un ataque a gran escala. Negros, blancos, amarillos, indígenas; ricos y pobres… Bueno, más los pobres, por supuesto. Como sabemos, el dinero lo compra todo, la salud no es la excepción. Y la educación también, cómo no, sufrió otro lamentable retroceso. Ahhhhhh… las injusticias de la vida que siempre nos tienen desalentadas…

Pasó tanto durante este tiempo, agrega el que está hundido en un sillón, en el centro de la reunión, mucha gente perdió su empleo. Incontables personas quedaron en la ruina, viviendo con lo necesario. La tecnología ganó terreno. Las redes sociales acapararon nuestra atención, y absorbieron nuestras vidas, y nos entretuvieron y hasta salvaron, si vale decirlo, porque la depresión es jodida, lo sabemos. Los velatorios y los sepelios se hicieron en solitario, en abandono, sin la compañía de amigos y vecinos. Morir en completo silencio. -Se endereza un poco. Deja correr una pausa y la mata de inmediato- Los políticos/funcionarios/disfuncionales siguieron con su corrupción. Los servicios a domicilio se mejoraron y expandieron. Los libros digitales adquirieron más demanda… La limpieza de manos y de los ambientes pasó a primer plano. Se vendieron inmuebles, vehículos y muchos otros objetos de valor a bajo precio por la desesperación ante el acoso de acreedores, mientras que, por otro lado, los pudientes los compraron y acapararon para volverse más ricos en este tiempo de pospandemia, que algún día llegaría… Y síganle ustedes a la lista que se alarga interminable…

Afuera, en el delicioso jardín, las ramas de los árboles se sacuden repentinamente, se escuchan aleteos que las golpean: son los pájaros que levantan el vuelo, parten hacia otras latitudes. En este momento, el mutismo se expande, el silencio entró de nuevo por la puerta e invade la atmósfera familiar. Este, ya recuperado de la paliza, reina contagioso en el recinto. Toda la quietud, mansa como es su naturaleza, se explaya, se relaja. Una tras otra se suceden las imágenes del tan trágico acontecimiento por las mentes de las personas reunidas en esta tan insignificante fecha, apenas un número más en el tiempo interminable. Es una película deprimente, los espectadores se sienten abatidos. “El futuro no se sabe”, comenta otra voz apenas audible, cabe esperar que otra pandemia no amenace la humanidad y podamos, al menos, morir en paz, abrazados a la dicha de un sueño encantador. Cabe esperar…

FIN.


© Rómulo Mar, septiembre de 2021. Confinado en Villa Hermosa, San Miguel Petapa, Guatemala de la cuarentena.

Este cuento y otros más pertenecen a la antología «Cuentena», una iniciativa llevada a cabo por el canal «Letras en directo» durante 2020. El enlace para comprar el libro en Amazon es el siguiente:

https://www.amazon.com/-/es/R%C3%B3mulo-Mar/dp/B09B7Q25ZR/ref=tmm_pap_swatch_0?_encoding=UTF8&qid=1630954667&sr=1-1


Rómulo Mar: Escritor. Fundador del canal de videos Letras en Directo y del periódico impreso El Revisor. En 2018, por acuerdo municipal del ayuntamiento de Chiquimula, fue declarado «Valor Cultural del departamento de Chiquimula». Libros publicados: 6 de poesía, 2 novelas y 6 de cuentos.

 

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