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Tacita de Plata

Paul Auster, la voz de la transición de los siglos

Un día, mientras hacía senderismo, un rayo cayó al lado del adolescente Paul Auster, matando instantáneamente al chaval con el que hacía la excursión. Más tarde se enteró de que su abuelo paterno fue asesinado a tiros por su abuela, que fue absuelta por enajenación mental. Estos dos sucesos, que le venían a la cabeza todos los días, fueron los más decisivos en la carrera literaria de Paul Auster, fallecido de cáncer de pulmón, centrada en el azar y la familia.

Javier Marías (1951-2022) y Paul Auster (1947-2024) compartían ser los dos escritores más guapos, fumar de manera incansable, traducir además de escribir y ser herederos del Tristram Shandy de Sterne y el Quijote, adaptado, eso sí, a una sensibilidad urbanita, posmoderna y burguesa. De Sterne ambos rescataron la falta de fiabilidad del narrador, una trama evanescente que cambiaba continuamente, largas reflexiones filosóficas enhebradas en la acción y ser una especie de oráculos sobre la condición humana en la transición del siglo XX, cambalache líquido, al XXI, leviatán gaseoso.

Muchos descubrimos la literatura de Auster a través de una película, Smoke (1995, Wayne Wang y Paul Auster (guionista y codirector)). La película comenzaba con una secuencia de un tren con el perfil urbano de Nueva York en el que destacaban el puente de Brooklyn y las Torres Gemelas. Se escuchaba una narración de béisbol con la que nos trasladábamos a un estanco gestionado por Harvey Keitel que conversaba filosóficamente con sus parroquianos sobre mujeres y tabaco. William Hurt les explicó cómo sir Walter Raleigh consiguió pesar el humo de un cigarro en la corte de Isabel I.

En esencia, este es el universo literario de Auster, el intento de pesar el humo de un cigarro. O, dicho más espiritualmente si se quiere, de pesar el alma en los frágiles y finitos cuerpos humanos que durante un instante se pretenden invulnerables e inmortales. William Hurt interpreta en Smoke a un novelista que lleva unos años en blanco porque se le fue la suerte en forma de bala perdida que atravesó a su mujer embarazada. Cosas que uno cree que pasan en Somalia o Ciudad Juárez, pero que Auster nos advierte que también pueden pasar en Suiza o Tokio. Este es el tema fundamental de Auster, el azar. También la propia literatura, un ejercicio paradójico, entre la autenticidad y el narcisismo, de autorreferencialidad.

De Baumgartner, 2024, a Jugada de presión, 1976, la carrera literatura de Auster ha sido la de novelista de aliento poético, donde se nota la precisión del escritor de versos (léase Poesía completa, traducido por Jordi Doce, con gran éxito de público y respetado por la crítica (del Premio Médicis, 1993, al Príncipe de Asturias, 2016).

Como en el Quijote —novela moderna, ultramoderna y posmoderna por antonomasia— Auster se recrea en las digresiones literarias y las causalidades existenciales, salpicados de reflexiones que si bien pecan de cierto preciosismo impostado también, en ocasiones, revelan una visión del mundo organizada alrededor de un amable escepticismo y una innegable bonhomía en la estirpe de Montaigne, lo que también le dio pie a escribir ensayos y biografías (Experimentos con la verdad (2001), La llama inmortal de Stephen Crane, 2021)).

Auster también es uno de los escritores que mejor han trazado el espíritu de Nueva York, en la estela de Woody Allen y Philip Roth, sobre todo en las más célebres de sus obras, Trilogía de Nueva York). Y la familia. Casado dos veces, con las escritoras Lydia Davis y Siri Hustvedt, el hijo que tuvo con la primera, Daniel Auster, murió de sobredosis accidental de heroína después de que su bebé también lo hiciera por el mismo motivo (la problemática relación de padre e hijo drogadicto fue relatada en clave de ficción por Hustvedt en Todo cuanto amé).

Contaba Paul Auster que comenzó a escribir porque en una ocasión, siendo niño, no pudo conseguir un autógrafo de un jugador de béisbol porque no tenía en ese momento un bolígrafo. Desde entonces, comenzó a llevar siempre un lápiz encima. Y que es fácil ponerse a escribir si siempre llevas un boli encima. Y si escribes mucho, es probable que lo juntes todo y termines con un libro. Entre el rayo que no le alcanzó y el lápiz que no tenía hemos disfrutado de las novelas, poemas y ensayos de Paul Auster, que toda su vida persiguió capturar el fulgor evanescente de la vida efímera.

 

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