La mañana del treinta y uno de julio de dos mil veinticuatro, todo un país inició su día con la emoción de ver en lo más alto a una de las suyas; con la emoción de escuchar por primera vez el himno del país en unos Juegos Olímpicos; con la emoción de ser de oro.
Un cambio de rutina justo y necesario. Todos los días, millones de guatemaltecos despiertan y los noticieros están llenos de muertos, corrupción y política. Pero, al menos dos días hemos tenido la fortuna de despertar con el orgullo de ser guatemaltecos, compartir alegrías y agradecer por ese momento en el que puedes entender a todo el mundo porque todo el mundo habla de las medallas de Guatemala.
Conseguir un logro de esta categoría llena de esperanza a los millones de guatemaltecos que día con día se esfuerzan por salir adelante, a pesar de todo lo que pasa en el país. Una alegría que se extiende por todo el mundo, en cada lugar donde hay un guatemalteco.
El camino para los guatemaltecos nunca es fácil, y donde quiera que veamos hay una lucha en contra de la corrupción. Los atletas guatemaltecos hoy pueden competir con su identidad, sus colores y su bandera, gracias a su perseverancia, esfuerzo y no rendirse después de la suspensión al Comité Olímpico Guatemalteco en 2018.
Mujeres como Adriana Ruano nos enseñan que, a pesar de todas las adversidades que te puede poner la vida enfrente, hay que levantarse una y otra vez, seguir caminando para finalmente llegar a donde siempre debimos estar.
La mañana del treinta y uno de julio, un país entero se sintió de oro.