Guatemala enfrenta una crisis ambiental alarmante. Aunque el país produce 97 mil millones de metros cúbicos de agua al año, el doble del promedio mundial, el 95% de sus fuentes está contaminado.
Solo se aprovecha el 10% del agua a nivel nacional. Esto no solo afecta gravemente la economía y el ambiente, sino que impacta directamente la salud de los más vulnerables. Enfermedades como la desnutrición crónica y otros problemas graves se agravan por el consumo de agua contaminada.
Pasemos a los árboles y la calidad del aire. La tasa de deforestación en Guatemala alcanza las 90 mil hectáreas anuales, afectando principalmente a bosques latifoliados y de coníferas. La reforestación, por su parte, no compensa esta pérdida. Con un máximo de 50 mil hectáreas reforestadas, la nación sufre una pérdida neta de 50 mil a 70 mil hectáreas de bosque cada año. En cuanto al aire, la Ciudad de Guatemala ya presenta la peor calidad del continente. Según la Universidad de Chicago, los capitalinos pierden 4.4 años de esperanza de vida por la contaminación, un impacto similar al de un fumador.
El problema de la basura es otro foco de preocupación. No existe un sistema eficiente para monitorear la generación de desechos sólidos. El principal vertedero de la capital, con 19.3 hectáreas, está entre los más grandes del mundo, y a pesar de su impacto, hay planes para ampliarlo. Cada guatemalteco genera aproximadamente una libra de basura al día, lo que equivale a unas 300 mil toneladas anuales solo en la Ciudad de Guatemala.
Estos datos son apenas una pincelada del complejo panorama ambiental que enfrenta el país. No he mencionado los problemas derivados del monocultivo de palma africana, las transnacionales que vierten desechos en nuestros ríos, o la deforestación ilegal que afecta la frontera con México. Sin embargo, urge hablar de la ineficiencia de nuestras instituciones. Es imperativo que el Ministerio de Ambiente deje de ser una entidad de papel, para empezar a frenar este caos con medidas concretas, como la protección de los pocos espacios verdes en la ciudad y la regulación estricta de las licencias de construcción.
Además, el papel del Ministerio de Educación es crucial. La educación ambiental debe ser parte integral del currículo nacional. ¿Cómo es posible que en un país tan biodiverso como Guatemala, la mayoría de sus habitantes desconozca sus ecosistemas, frutas, árboles y animales nativos? ¿Por qué no se enseña cómo clasificar los desechos? El Acuerdo Gubernativo 164-2021, que establece la clasificación obligatoria de la basura, entrará en vigencia en febrero, y aún no hay una campaña masiva para educar a la población sobre su importancia.
Los problemas ambientales de Guatemala son profundos y requieren soluciones urgentes. Pero sin un cambio en el sistema educativo que fomente una verdadera conciencia ambiental desde la raíz, las soluciones serán superficiales. La prioridad es educar para cambiar, y ese es el primer paso hacia la erradicación de estas problemáticas.
POR: María Rodriguez Paiz