Baudelaire, Lord Byron, Manet… Es prácticamente interminable la lista de grandes escritores y artistas que a lo largo de la historia han sentido absoluta fascinación por José de Ribera, por los muy extremos claroscuros de ese pintor nacido en 1591 en la localidad valenciana de Xátiva y que con 15 años se trasladó a Roma, donde conoció la obra de Caravaggio y decidió seguir sus pasos, llegando a ser «más oscuro y más feroz» que el propio Caravaggio, según fuentes de la época.
Era tal la adoración que sentían los franceses en el siglo XVIII por Ribera que se lanzaron a comprar muchas de sus obras, lo que explica por qué hoy en los museos de Bellas Artes de prácticamente todas las grandes ciudades del país hay obras maestras de El Españoleto.
Pero, tras esa fiebre, Francia olvidó a Ribera, lo arrinconó mucho más de lo que hicieron Italia o España. Hoy, a excepción de un puñado de franceses cultos, son muy pocos en ese país los que conocen su nombre y su obra. De hecho, Francia nunca ha dedicado una gran retrospectiva a Ribera.
Pero todo eso está a punto de cambiar. Hoy se inaugura en el Petit Palace de París Tinieblas y luz, una gran exposición consagrada al artista español que, hasta el 23 de febrero próximo, reúne más de un centenar de lienzos, dibujos y grabados procedentes de todo el mundo.
Se trata de una retrospectiva única, ya que por primera vez presenta los dos periodos de la carrera artística de Ribera: su época juvenil en Roma y su época de madurez napolitana. La etapa napolitana es bien conocida, al fin y al cabo Ribera vivió —y sobre todo brilló— en Nápoles durante casi 40 años, desde 1616 hasta su muerte allí en 1652.
En su periodo napolitano se centraron las últimas y ambiciosas retrospectivas dedicadas al Españoleto en 1992, cuando se cumplieron 400 años de su nacimiento, en el Museo Metropolitan de Nueva York, el Museo del Prado de Madrid y el Museo de Capodimonte en Nápoles. Era la etapa romana la que seguía siendo la gran desconocida.
Ribera llegó a Roma con 15 años, buscando labrarse una carrera y un nombre, dado que Roma era entonces la capital artística absoluta. Pero hasta hace una veintena de años no sabíamos exactamente qué había hecho Ribera. Todo cambió en 2002, cuando una investigación llevada a cabo por el historiador de arte Gianni Papi reveló que un grupo de importantes lienzos de estilo caravaggesco —entre las que destacaba un imponente Juicio de Salomón— que hasta entonces se atribuían a un misterioso y audaz pintor anónimo habían sido realizados en realidad por el joven Ribera. Ese estudio revolucionó la comprensión de la producción romana del Españoleto, enriqueciéndola con unas sesenta obras maestras que hasta entonces no se sabía que eran suyas.
«Ribera fue un artista prodigioso que llegó con 15 años a Roma, que permaneció allí 10 años, hasta 1616 y que hizo cosas absolutamente extraordinarias», según nos cuenta desbordando pasión Annick Lemoine, directora del Petit Palais y comisaria de esta retrospectiva junto a Maïté Metz. «Ribera fue el más precoz, original y audaz de todos los intérpretes de Caravaggio, un auténtico terremoto en la historia del arte. Y ahora, por primera vez, reivindicamos ese periodo juvenil y lo presentamos en el Petit Palais junto con su etapa napolitana, cubriendo de ese modo todo el arco de su carrera y permitiendo al visitante ver la evolución de un artista deslumbrante, con una vitalidad y una velocidad increíbles».
¿Llegaron a conocerse Ribera y Michelangelo Merisi, más conocido como Caravaggio por ser ese el nombre de la localidad en la que nació? Es muy posible, pero no se sabe a ciencia cierta. Lo Spagnoleto, como fue bautizado Ribera por los italianos, llegó a Roma en torno a 1605-1606, mientras que fue en mayo de ese mismo año de 1606 cuando Caravaggio se vio obligado a poner pies en polvorosa de esa ciudad y a partir hacia Nápoles, huyendo de la condena a muerte que pesaba sobre él tras haber acabado con la vida de un hombre.
«Es muy probable que llegaran a conocerse», aventura Annick Lemoine. «Además, los mecenas de Caravaggio, los que adoraban su manera de pintar y le compraban cuadros, eran los mismos que adoraron a Ribera y adquirieron sus obras: el cardenal Borghese, el marqués Giustiniani… Y a eso se añade que en aquellos tiempos todos los artistas vivían en la misma zona de Roma, entre Plaza de España y Plaza del Popolo, y sabemos que tanto Ribera como Caravaggio vivían allí. Si Ribera llegó a Roma antes de que Caravaggio huyera de la ciudad es prácticamente seguro que tuvieron que encontrarse, porque se trataba de un ambiente pequeño».
Lo que está claro es que Ribera abrazó inmediatamente a su llegada a Roma el estilo de Caravaggio, apostando por el uso como modelos de personas reales y, con frecuencia, de gente de la calle; plasmando (y dignificando) en algunos de sus lienzos a personas marginadas y pobres, pintando con descarnado realismo, con dramáticos claroscuros y con una gestualidad de marcada teatralidad. Pero lo que ya subrayaban sus contemporáneos, como por ejemplo el doctor Mancini, médico del Papa y coleccionista de arte, es que Ribera no se limitó a seguir la estela de Caravaggio, sino que llegó a ser «más oscuro y más feroz» que el propio Caravaggio. Algo que comparte la comisaria de Tinieblas y luz: «Ribera fue más extremo que Caravaggio en la crudeza de su realismo, fue más lejos en su tratamiento de los personajes».
El severo realismo de Ribera se hace particularmente patente es sus cuadros de torturas, martirios y suplicios, hasta el punto de que ha habido quien le ha tachado de sádico. No es el caso, sin embargo, de Annick Lemoine: «Yo no lo considero un sádico. Es cierto que es un artista que pintó un número importante de escenas de torturas y, en especial, de martirios, pero hay que ponerlo en el contexto cultural de su época. Y en aquella época la vida cotidiana era muy violenta, particularmente en Nápoles, que por entonces pertenecía a España y donde funcionaba la Inquisición española. En Nápoles existía en aquel tiempo una plaza en la que a diario se llevaban a cabo torturas públicas contra criminales y otros personajes declarados culpables por la Inquisición o el poder político».
En la exposición del Petit Palais hay de hecho, un dibujo de Ribera que deja claro que el propio artista fue testigo de una de esas escenas de torturas y la plasmó: dibujó a un hombre torturado por la Inquisición ante un juez civil y un sacerdote. «Esas escenas de tortura eran algo que Ribera veía con frecuencia, como todos los napolitanos de la época. Y a eso se añade que la Iglesia católica de entonces se esforzó por recordar cómo el cristianismo nació en gran medida de los mártires, y encargó a muchos pintores cuadros de esa temática, incluido por supuesto a Ribera», añade la comisaria de la muestra.
Tinieblas y luz reúne cuadros procedentes de todo el mundo para trazar, por fin, la trayectoria completa de Ribera. Una ocasión única para zambullirse de lleno en el apasionante mundo de El Españoleto.